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Mientras cabalgaba a la ciudad como alma que lleva el diablo, George intentó poner en orden sus pensamientos con objeto de prepararse para una reunión de junta.

Llevaba mucho tiempo esperando aquel día. Cerraría un trato, con otros dos propietarios de una inmensa fábrica de jabón, para mejorarla y construir nuevas viviendas para muchos de sus empleados. Los copropietarios, ambos aristócratas, se habían mostrado reacios a incurrir en aquellos gastos, señalando que la producción de la fábrica ya reportaba suficientes beneficios sin necesidad de mejoras. Ante la insistencia de George habían argumentado que realizarlas sería un verdadero derroche. Después de todo, opinaban ellos, los trabajadores de la fábrica estaban acostumbrados a las míseras condiciones de vida en que vivían y trabajaban, y no esperaban nada más.

George había tenido que insistir mucho y recurrir a la intimidación para que sus socios comprendieran su punto de vista: que los trabajadores producirían incluso más si su vida cotidiana no era tan mísera. Sabía exactamente por qué habían cedido sus socios a sus exigencias. Se consideraban demasiado refinados y caballerosos como para inmiscuirse en asuntos tan sucios. Preferían dejárselos a George lo cual le parecía bien. Mejor que bien. Dirigiría el negocio como él quisiera y se ocuparía de que fuera rentable para todos en el futuro. De hecho, se aseguraría que los beneficios anuales se multiplicaran por dos, y su fábrica acabaría convirtiéndose en un modelo para todas las demás que había en Liverpool.

«Limítese a firmar y mantenga la boca cerrada —le había aconsejado un socio al otro en presencia de George—. Hasta ahora, con Harrison nos ha ido muy bien, ¿no? Ha convertido mi inversión en la mejor fuente de ingresos que mi familia ha tenido jamás. ¿Por qué poner objeciones al éxito?»

George debería estar pensando únicamente en la reunión y en sus proyectos para la fábrica. Sin embargo, no se podía quitar a Lord Richard de la cabeza, pensaba en su dulzura y en su recato, que lo impulsaban a turbarlo y a escandalizarlo, y en su boca, normalmente triste y reservada, que a veces esbozaba una sonrisa arrebatadora de forma inesperada.

George lo encontraba irresistible, aunque no sabía muy bien por qué. Se había topado con mujeres refinadas, mujeres amables y virtuosas a las que había admirado. Pero jamás habían despertado el más mínimo deseo en él. La bondad no lo excitaba. La inocencia de cualquier clase no le resultaba en absoluto tentadora. Prefería estar en compañía de mujeres que tenían experiencia en el sexo, mujeres que lo miraban con des- caro y poseían alma de aventureras, cuyas manos bien cuidadas desaparecían bajo la mesa durante las cenas. Le gustaban sobre todo las mujeres malhabladas y que hacían comentarios picantes, mujeres que sabían aparentar que eran damas, pero que en la cama se abandonaban al placer.

Lord Richard no era nada de todo aquello. De hecho, era un hombre. Todo un reto. George pensó que llevarlo a la cama sería una aventura en todos los sentidos. ¿Por qué, entonces, con sólo pensarlo se ponía a sudar? ¿Por qué le excitaba el mero hecho de estar en la misma habitación que él? Era bonito, pero George ya había conocido todo tipo de gran belleza. Su figura era armónica, pero no espectacular, y no poseía la silueta espigada y elegante que se admiraba entonces. De hecho, era de baja estatura. Se le escapó una sonrisa al imaginárselo desnudo entre las sábanas de seda de su inmensa cama. No podía concebir nada más placentero que perseguir su figura diminuta y sensual de un extremo al otro del colchón.

Pero eso jamás ocurriría. Para su gran pesar, George reconocía que Lord Richard le gustaba demasiado para seducirlo. La experiencia lo destrozaría. Cualquier placer temporal que sintiera sucumbiría pronto a la culpa y al remordimiento. Y Richard lo odiaría por eso. Mejor dejarlo como estaba, satisfecho con los recuerdos felices de su difunta esposa, reservándose para Maureen Cox cuando volviera a encontrarse con él en el otro mundo.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora