dieciséis;

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Richard gritó alarmado y se quedó inmóvil, paralizado por la sensación que se apoderó de él. Harrison lo besó con el ardor que Richard recordaba, en toda la boca, ávidamente, con un deseo tan intenso que no pudo resistirse. Le pareció que la noche se cerraba sobre ellos y que las estatuas de mármol ahuyentaban a los intrusos como centinelas mudos. La cabeza oscura de Harrison se movía sobre la de Richard, la lengua, suave pero apremiante, tanteándolo profunda y ardorosamente. Richard tuvo la sensación de que todo su cuerpo ardía en llamas. Súbitamente, anheló estar aún más cerca de él. Le metió las manos por debajo de la chaqueta. El lino de la camisa estaba caliente y desprendía un aroma viril. El olor de George era la fragancia más atractiva que Starkey conocía: olía a sal y a piel, a colonia y a tabaco. Alterado y excitado, despegó los labios de los suyos y hundió el rostro en la pechera de su camisa. Empezó a respirar entrecortadamente y se abrazó a su cintura.

-Richard -musitó él. Parecía tan turbado como el ojiazul-. Dios mío... Richard... -Richard notó que le ponía la mano en la nuca y apretaba con suavidad. Le echó la cabeza hacia atrás y lo besó una vez más. A Richard no le bastó con dejar que explorara su boca; él también quería saborearlo e introdujo la lengua en la boca de George, ardiente y con sabor a coñac. Quería más... mucho más. Gimiendo, se puso de puntillas, aferrándose a él para izarse, pero George era demasiado voluminoso para Richard, demasiado alto, y Starkey suspiró frustrado.

Alzándolo en volandas como si no pesara nada, Harrison se adentró todavía más en el jardín de esculturas, donde había algo redondo y plano, una mesa de piedra, tal vez, o un reloj de sol. Lo sentó en su regazo, rodeándolo con un brazo, mientras continuaba devorando su boca en deliciosas acometidas. Jamás hasta entonces había experimentado Richard un placer físico tan intenso.

Interrumpiendo el beso, Harrison se inclinó sobre Richard, acariciándole con la nariz la suave piel del cuello, hallando los puntos más sensibles. Richard notó su lengua en la piel y el placer lo hizo retorcerse y temblar en el regazo de George. Harrison se demoró en el hoyuelo del cuello, donde el pulso le latía frenéticamente.

El ojiazul llevaba el traje desarreglado y se le había resbalado hasta apenas cubrirle su torso desnudo. Al darse cuenta, recobró el sentido con un murmullo de alarma, tapándose con el brazo el torso prácticamente expuesto.

-Por favor... -Richard se notaba los labios inflamados e hinchados, y le costaba hablar.-No debería... ¡tenemos que parar!

George no dio muestras de haberlo oído, porque había empezado a explorarle el cuello con los labios. Le mordisqueó y lamió el borde de la clavícula, avanzando hacia el valle que se abría entre su torso. Cerrando los ojos desesperado, Richard reprimió una protesta cuando notó que George tiraba de su camisa, abriéndolo con sus fuertes manos. Le diría que parara enseguida, pero el momento era de una dulzura insoportable, y ni la vergüenza ni el honor podían influirlo.

Richard suspiró cuando el pecho se libero de su traje. Harrison se quitó el guante con brusquedad y, ahuecando su mano inmensa, la colocó tiernamente sobre su suave cuerpo, pasando el pulgar por la cima.

Richard mantuvo los ojos cerrados, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. Notó el roce de su boca, besándole alrededor de la sensible tetilla, dando rodeos y tentándolo, pero evitando el centro, hasta que Richard se puso a gemir y se arqueó para metérselo en la boca. George lo rodeó con los labios, tirando, acariciando con la lengua la punta dolorida con una habilidad exquisita.

Retorciéndose, Richard le abrazó la cabeza mientras una corriente erótica le recorría todos los puntos sensibles del cuerpo. Respiraba en extraños sollozos, notando los pulmones aprisionados por el traje que aún llevaba puesto. Tuvo la sensación de que la ropa lo agobiaba. Ansiaba notar la piel de él contra la suya. Quería su sabor, como nunca había querido nada en su vida.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora