Prólogo.

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Tomó las últimas prendas de su viejo guardarropas y las acomodó en la maleta, antes de cerrarla y llevarla a su auto. Su hermano, Bright, lo contemplaba desde el otro lado del umbral, haciendo tiernos pucheros y secando las ágiles lágrimas que se escapaban de sus orbes fuertemente oscuras.

«Es tan tierno, como un ratoncito», pensó Gulf, intentado contener su propio llanto.

Nunca se habían separado, y ahora él había tomado la difícil decisión de mudarse a Bangkok en busca de oportunidades, dejando atrás su vida, a su consentido hermano.

No había sido fácil para Gulf Kanawut decidír aquello, pero contó con la ayuda de su profesor de piano, quien lo alentó para que siguiera sus sueños y, quizás y con suerte, se convirtiera en el próximo Yiruma.

Te vas... — sollozó el menor, cubriéndose el rostro con sus manos. El corazón de Gulf se removió triste al escuchar a su hermano con la voz rota.

— Bright, tengo que hacerlo — aseguró. Se acercó despacio hasta quedar frente a frente con él —. No llores, te aseguro que los visitaré más de lo que te imaginas.

Llevó una de sus manos a las mejillas rojas de su hermano y limpió las lágrimas inútilmente, porque el llanto del menor solo aumentó ante el toque cálido.

Le dolía verlo de esa manera, su hermano era muy dependiente de él, aunque solo fuera cuatro años menor, Bright era la luz de sus ojos, el motivo para hacer lo que estaba haciendo. Quería ser el orgullo de su hermano, su ejemplo a seguir. Queria que Bright viera que él no se rendía y trabajaba por sus sueños.

Bright era su fan número uno y no quería decepcionarlo.

Sabía que el dolor de su partida sería algo temporal, que se le pasaría en cuanto regresara el lunes a clases y se encontrara con sus amigos y le hicieran olvidar lo que en ese momento sentía.

Gulf lo sabía, o almenos eso era lo que se decía a sí mismo para no perder el valor y abandonar su casa de una buena vez. No lo quería pensar mucho, porque si lo hacía terminaría desempacando y regresando a su habitación.

— No me dejes aquí, por favor  — suplicó el pelinegro, aferrándose a su cuerpo en un fuerte abrazo que terminó por quebrantar la poca fuerza que le quedaba al mayor.

Acurrucó el cuerpo tembloroso de su hermano contra el suyo, acariciando los mechones rebeldes de su cabello enmarañado. Poco a poco sintió que sus mejillas se empapaban y terminó por romper a llorar, aunque era lo único que tenia prohibido hacer para no conmocionar más a Bright.

— No te dejo — dijo en un susurro —. Vendré por ti cuando termines el instituto y te llevaré a vivir conmigo.

— ¿Lo prometes? — inquirió el menor, emocionado. Gulf asintió vehemente.

— ¡Lo prometo, Bright! — dijo antes de romper el abrazo y alejarse de nueva cuenta hacía su auto.

No quería mirar atrás, porque sabía que si lo hacía se regresaría y no querría continuar con el plan.

Bright sollozaba quedito mientras caía de rodillas al suelo, viendo el auto de su héroe alejarse sin retorno.

¡Gulf era su héroe! Ni siquiera su poderoso Iron Man era tan genial y guapo como su hermano. Nadie lo era en realidad, porque para Bright, Gulf era la persona más increíble del mundo.

Fuerte, apasionado y guapo. Eran las palabras que mejor lo definían, según el propio Bright.

Su hermano mayor cuidaba se él, le daba cariño y lo defendía de quienes lo molestaban por su apariencia de ratoncito.

Sus padres se habían despedido del mayor antes de retirarse a trabajar esa mañana, y fue una suerte para Gulf, porque sabia que no hubiera soportado ver a su madre, padre y hermano llorarle y suplicarle que no se marchara.

¡Tenia que hacerlo, con un demonio!

Secó las lágrimas traicioneras con la promesa de que las reemplazaría por sonrisas muy pronto. Tenía una gran fe en su nueva vida, que no quería llamar la mala suerte con la tristeza que en ese momento lo invadía.

«La tristeza es temporal», se dijo a si mismo.

Encendió la radio para no sentirse tan solo todo el trayecto hasta Bangkok, y se dedicó a manejar sin prestar atención a los golpeteos culpables de su corazón.

¡No, él no había abandonado a su familia! ¡Esto lo hacía por ellos, por él!

(...)

Mew sonrió satisfecho viendo el resultado final de los planos a entregar la siguiente semana. Haber adelantado trabajo había sido una grandiosa idea, porque tendría el fin de semana libre para poder dormir hasta tarde sin alarmas y compromisos de por medio.

Quizás iría al cine ése sábado, o simplemente se quedaria en casa, pedíria pizza y miraría alguna serie criminal de esas que tanto le gustaban.

Sus planes eran maravillosos, y lo mejor era que nadie se los podia echar a perder.

Amaba el silencio y la tranquilidad del complejo habitacional dónde vivía. El sonido de los autos a la lejanía, y una que otra ave cantando sobre el árbol que estaba justo frente a su ventanal.

Aquella paz lo representaba completamente. Él era así; tranquilo, pacífico y sereno.

Dejó los planos sobre la mesa de su escritorio y caminó hacía el baño. Salió media hora después, con una toalla blanca sobre sus caderas y con otra secando las gotas de agua que se escurrían de sus cabellos castaños.

Sólo eran las nueve de la noche, pero realmente estaba agotado por el estrés del día. No le importó no cenar y fue directo hacía el guardarropas, sacando una pijama de gatitos y unos calcetines de koala que se puso entre dormido y despierto. Se acurrucó bajo las sábanas, abrazando los almohadones antes de caer rendido ante morfeo.

Su vida era increíble, no podía ser mejor... Nadie podía arruinarla.

Mew despertó de golpe, cayéndose al haberse enrredado con las sábanas. Un horrible golpeteo hacía eco en su habitación, uno proveniente del apartamengo contiguo el que, según él, estaba desocupado.

Miró el reloj sobre la mesita nocturna y refunfuñó molesto al ver que solo eran las tres de la madrugada y, él o la inconsciente del otro lado estaba haciendo escándalo sin importarle nada.

Gulf colocó el último cuadro familiar sobre la pared y suspiró aliviado por haber terminado tan pronto de arreglar su apartamento. Tampoco es como si tuviera muchísimas cosas, pero se habia comprado lo necesario para que su nuevo hogar luciera decente y bonito.

Eran las seis de la mañana cuando Gulf decidió que sería buena idea dormir un poco. Envió un mensaje a su hermanito antes de retirarse a su nueva habitación par desearle un buen día y que no se sintiera abandonado de su parte. Desde el balcón podía ver un enorme árbol que hacía sombra e impedía que la luz matutina se filtrara hacía adentro. Lo agradecía en demasía, porque no tendría que preocuparse por comprar cortinas oscuras para impedir la claridad por las mañanas.

Cerró los ojos y durmió como un bebé, sin saber que del otro lado de la pared había un tipo enfadado deseando matarlo por haber interrumpido su sueño en medio de la noche.

Opuestos ➻ Mewgulf.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora