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— Te digo, no he dormido nada hombre — se quejó Mew. Grandes bolsas oscuras se divisaban bajo las cuencas de sus ojos. Una semana había pasado desde que el nuevo inquilino se mudó al apartamento contiguo y Mew desde ese día no había vuelto a descansar correctamente por las noches.

Resultaba que el bullicioso vecino era músico, y al parecer, y para mala suerte del moreno, al músico la inspiración le llegaba de madrugada, cuando Mew suponía dormir. Era malditamente tedioso despertar a las tres menos cuarto de la madrugada y no poder volver a dormir por culpa del maleducado de al par.

Jumpol lo observaba con un surco formado entre sus cejas rollizas. No entendía como su amigo aún no solucionaba ese problema tan básico. Era tan sencillo como presentarse en el apartamento del bullicioso y molerlo a golpes, pero Mew no era partidario de solucionar los problemas con ese método tan peculiar.

El pálido bufó con amargura, odiando a quien fuera que estuviera perturbando la vida de su pacifico amigo.

— ¿Y por qué no vas a hablar con él? Ya que mi método no te parece lo suficientemente bueno — comentó locuaz. Mew blanqueó los ojos, sabiendo que su amigo insistiría nuevamente con lo de los golpes.

Él no podía hacerlo. Tenía un padre en el cielo que se sentiría decepcionado si lo viera actuar de esa manera tan ajena a él.

Mew era paz, amor y tranquilidad.

— He intentado hablar con él, pero cuando voy a buscarlo no está, o simplemente ignora los toque en la puerta — dijo, se pasó la mano por la cara para espantar el sueño y cansancio que lo invadía. Estaba en el trabajo, tenía muchos planos por comenzar y no podía derse el lujo de dormir una siesta por muy mínima que fuera.

— ¿Entonces no lo conoces? — preguntó Jumpol.

Mew negó vehemente.

Al principio pensó que tenía como vecinos a una familia que tenían algún hijo adolescente que le gustaba escuchar música a volumen alto, pero descartó la idea cuando el portero del edificio le comentó en una de sus pláticas casuales que tenían un nuevo inquilino. Mew se atrevió a indagar y averiguó que se trataba de un muchacho que vivía solo, y que según el portero, era bellísimo.

Para lo poco que le importaba al moreno el físico de su vecino. Él simplemente quería su silencio y nada más.

— No lo conozco, porque según el portero, sale por las mañanas y regresa por las tardes y vuelve a salir, justo cuando yo estoy en la oficina — declaró con frustración. Jumpol asintió comprendiendo la situación.

— ¿Y como piensas hablar con él si no lo puedes ver?

Mew suspiró, casi rendido con el tema.

— Le he dejado notas pegadas a la puerta pidiéndole silencio... — confesó.

Fue el turno de Jumpol para blanquear los ojos. Su amigo era un caso especial que creía que los problemas de vecinos se podían solucionar con notitas pegadas en la puerta.

¿Qué seguía? ¿Mandarle flores y una serenata rogándole que guardara maldito silencio para que él pudiera dormir y no llegar como zombi al trabajo?

Tratándose de su amigo la posibilidad cabía.

Mew era demasiado humilde para el semblante rudo que poseía.

Su físico estaba peleado con su personalidad.

— ¿Y ha contestado a alguna de tus notas? — inquirió en tono burlón. Supo que la respuesta era negativa cuando vió a Mew esquivarle la mirada.

Opuestos ➻ Mewgulf.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora