Capítulo 2. La estación Presidencial.

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Aquella noche regresé a la habitación del campus sin ninguna novedad. Dove y Artemisa estaban como locas estudiando para un examen que tendríamos pronto; no se dieron cuenta cuando entre.

Me tocó meterme al baño para no ser molestada. Deje la carpeta sobre el lavabo y me miré el brazo, quité la gasa que me habían puesto para ver la horripilante cicatriz. Las garras del idiota se me habían quedado muy marcadas.

—Circe ¿Cómo estás? —Artemisa llamó a la puerta preocupada.

—Espera un...

Estaba a punto de cubrir mi brazo con la gasa, cuando de pronto la puerta del baño se abrió. Dove y Artemisa estaban paradas frente a mí. En la cara tenían un gesto de preocupación, ese que la gente pone cuando ve a un muerto.

— ¡Circe no puedo creerlo! —Dove corrió a mí para abrazarme.

—Entonces es cierto lo que me dijo mi madre. Ese maldito Berserker te lastimó —Artemisa también se acercó para abrazarme—. Circe yo no debí irme sin ti. Lo lamento mucho.

—Tranquila Artemis —las lágrimas se me salieron de los ojos—. Esto no es tu culpa, es culpa de ese idiota.

—Te juro que a partir de ahora saldremos juntas de la cafetería. No sabemos que pueda pasar después.

— ¿Y por qué no sacaste las garras tú también? —dijo Dove frunciendo el ceño.

— ¡No seas boba Dove! —Artemisa negó con la cabeza—. Nadie es más fuerte que el alfa, no hay mucho que se pueda hacer en esa situación, menos cuando eres de rango menos, como nosotras.

—Bueno, pues de pronto podemos ir con Marcela, la bruja que está en el cuarto de arriba —Dove se separó de nosotras—. Ella me dio un cuarzo de protección, a lo mejor sirve contra el alfa.

Había muchas criaturas que recurrían a las brujas (pugnatores), ya que ellas eran ajenas a la nobleza, y la mayoría se dedicaban a la lectura de cartas, protecciones y demás cosas del estilo. Debido a su lejanía con los aquelarres de renombre, eran personas queridas en las regiones donde ofrecían sus servicios.

Yo no podía arriesgarme a que esa tal bruja marcela me reconociera, así que me negué a ir a su habitación. Además, yo podía hacerme un amuleto (gratis). Claro que hubiera sido mejor seguir usando el anillo de protección que me había hecho mi abuela, pero eso esa no era una opción, ya que sería como ponerme un letrero en la cabeza que dijera: ¡Ey mírenme soy de la realeza, vengan por mí!

Tuve que dejar de llorar, no quería que Artemisa se sintiera mal por lo que me había pasado, principalmente porque el único responsable de esa marca en mi brazo era el Alfa Berserker. Así que tuve que jurarle que nunca más volvería a salir de la cafetería sin ella.

En cuanto me dejaron sola, corrí el pasador de la puerta y regresé a lo que estaba haciendo en un inicio. Tomé la carpeta entre mis manos, y comencé a recitar un conjuro de restauración. En pocos segundo esa carpeta y su interior quedo como al inicio; cuando el café no se había derramado, aunque eso no fue lo único que regreso a su estado original.

Dejé la carpeta rosa en la encimera del lavabo y me miré al espejo. Tenía exactamente tres semanas que no veía mi verdadero rostro, incluso comenzaba a desconocer a esa mujer de cabello rojizo, que tenía la cara llena de pecas; símbolo del beso del sol. Había pasado tantos días en la piel de Circe Cross que comenzaba a olvidarme de Alessandra Black.

Lo único que extrañaba de mi vida en el aquelarre, era poder comer a mis anchas. En la vida que llevaba como Circe, apenas y podía comer dos veces al día; y esas dos comidas eran gracias a la mamá de Artemisa, por eso era que amaba mi trabajo, me encantaba cuando llegaba la hora del almuerzo y la señora Leto me invitaba a subir a la cocina de la casa.

Secretos de Alfas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora