Capítulo 5. Noche Estrellada.

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La peor parte de ser yo, era despertar sin saber quién era realmente. Mirarme en el espejo y no reconocer al reflejo que veía, era la peor tortura del mundo. Tenía ganas de mostrarles a las personas que había conocido hasta el momento; quien era realmente. Quería despertar a Artemisa y desvanecer la falsa identidad de Circe Cross frente a sus ojos para que pudiera ver quien era en realidad.

A cada minuto que la veía quería  decirle toda la verdad. Quería que alguien me escuchara y me dijera que todo estaría bien. Por desgracia nunca tuve el valor para decirle la verdad a nadie.

Esa noche en la casa de Artemisa no pude dormir. Me fui a la terraza y encendí un cigarrillo, era un viejo hábito que tenía; fumaba cuando las cosas se me salían de control.

La nicotina no me ayudaba a relajarme; realmente ver como el cigarrillo se iba haciendo cada vez más y más pequeño; me hacía creer que lo que estaba fumando en realidad era mi problema, y que con cada calada que le daba me ayudaba a hacerlo tan pequeñito como para poder pisarlo.

Cuando termine de fumar un par de cigarrillos regresé a la habitación, pero seguí sin poder pegar el ojo, así que tomé papel y unos lápices que traía en mi mochila y me quedé cerca de la ventana. Traté de dibujar a Artemisa, quería plasmar en ese pedazo de papel la calma que me transmitía.

A la mañana siguiente, cuando Artemisa despertó me encontró mirando a través de la ventana, había podido dibujarla pero también había podido hacer un retrato mío, el retrato de la princesa Alessandra tan triste y distante como nunca antes la habían logrado capturar.

— ¿Quién es ella? —Dijo Artemisa tomando el dibujo con curiosidad.

—Es la princesa Alessandra Black —dije guardando mis cosas—. Me encontré su foto en un libro de la escuela y traté de dibujar esa mirada tan...

—Triste. Realmente se ve muy triste —aclaró ella.

—Escuché que la han estado buscando durante varios meses.

— ¿Por qué? ¿Hizo algo malo?

—Solo no quiso casarse con el hijo del Rey Demonio.

Esa era la única cosa que había hecho mal. Solo no había querido ser desposada por ese demonio; y ahora estaba pagándolo.

—Qué bueno que se haya escapado ¡Eh! — Artemisa entró al baño de su habitación—. Yo también me hubiera escapado si intentaran casarme con alguien a quien no amo.

—Yo igual haría lo mismo —me acerqué a su closet— Artemisa ¿me prestas algo de ropa? Deje toda la mía en el instituto.

—Sí, usa lo que quieras —gritó desde la regadera.

Tomé una camiseta sin mangas de color vino y unos jeans ajustados a la cadera. Luego salí de la habitación rumbo a la cocina. Ahí estaba la señora Leto cocinando algo que olía delicioso.

—Buen día —dijo la señora desde la cocina—. ¿Puedo pedirte un favor?

—Claro, señora Leto.

—Necesito que vayas al mercado y me traigas lirios morados —me dio un par de billetes—. Aunque si aún tienes miedo de encontrarte al Alfa, puedo mandar a Artemisa.

—No, no se preocupe puedo ir yo.

Tras decir eso guardé el dinero en la bolsa de mi pantalón y salí de la casa. A decir verdad ya no me preocupaba encontrarme con tremenda bestia, estaba dispuesta a ignorarlo y si era necesario desaparecía. Con esa idea en menté comencé a caminar hacía el mercado de agricultores; que estaba cerca de la estación de trenes.

Secretos de Alfas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora