Capítulo 22. ¿Sigues con vida?

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Jamás tuve el privilegio de sentir que mi madre me acurrucara entre sus brazos, o que me cantara una canción para dormir. Las niñeras en el castillo se habían encargado de mí durante toda mi vida.

Esa sensación que tuve, cuando el mar me llevó lejos de la costa. El movimiento de las olas me hizo creer que mi madre era quien me estaba llevando de a poco hasta el fondo de sus entrañas.

Era necesario que estuviera sumergida en el agua, aunque no demasiado pues la luz de la luna tenía que iluminarme. La manera en la que todos esos demonios saldrían de mi cuerpo era complicada. Tendría que quedarme dormida, y luchar contra los sueños para poder despertar.

Pero ¿por qué era difícil? Después de todo solo sería como ir a dormir y despertar ¿Qué había de difícil en eso? El problema acá eran los demonios, que harían cualquier cosa para quedarse en mí, y como no tenía a nadie que me guiara en el sueño; sería muy difícil despertar.

El sueño que tuve fue... desconcertante. Estaba sentada en un taburete de la cafetería de los Lie, pero en mi forma natural de: La Princesa Alessandra. Era un día lluvioso y está viendo como las gotas caían tristes por la ventana.

La cafetería se veía distinta, pues el lugar era tan grande que incluso había un escenario, en donde sentado un hombre joven con una guitarra, cantando: "My sweet prince" ("Mi dulce príncipe". Canción de una banda británica llamada "Placebo").

La voz del vocalista era nasal, pero aun así me hacía sentir en calma. Quizás solo era por los acordes tan melancólicos de su guitarra, que en ese momento sincronizaban a la perfección con mi sentir.

Estaba bebiendo un vaso con agua salada (muy salada de hecho), pero por extraño que parezca; lo estaba disfrutando. Había un sentimiento de anhelo pegado profundamente en mi corazón: era una sensación similar a saber que habías perdido algo; pero no sabes qué con exactitud.

Inesperadamente el ruido de la campanilla dorada que colgaba en lo más alto de la puerta de entrada; resonó mezclándose con la tristeza con la que ese chico de voz nasal cantaba; acompañado de su guitarra melancólica.

No pude evitar prestar a tención a quien estaba atravesando el marco, pues sus zapatos resonaban como péndulo al caminar. Esa persona era un hombre alto, que vestía una gabardina negra que apenas y dejaba ver un poco del pantalón gris formal que llevaba puesto. Pero sin duda lo qué más resaltaba en él, era un sombrero rojo que le cubría la cara.

El hombre caminó un par de pasos hasta la mesa que estaba frente a mí y se sentó. Lo primero que hizo fue tomar la carta que estaba sobre la mesa y leerla, mientras con la mano que tenía libre se quitó el sombrero y lo puso a un costado de la mesa.

Por alguna razón estaba tapando su cara, era como si no quisiera que nadie supiera su identidad. Por un momento no le presté mayor importancia a sus acciones, creí que era un loco más de Máni. Decidí ignorarlo y seguir bebiendo mí agua salada.

En el fondo, cuando veía las gotas resbalar por el vidrio de la cafetería; sentía ganas de voltear la mirada hacía donde estaba el misterioso hombre, pero mi parte racional me decía que lo ignorara, que solo siguiera mirando las gotas de lluvia.

No pude obedecer a mi parte racional, terminé girando la cabeza lentamente hacía donde él estaba sentado. Era extraño, pues sentía una clase de magnetismo que me obligaba a mirarlo. Sentía como si yo fuera la aguja magnética de la brújula, y él fuera el norte que atraía la aguja inevitablemente.

Cuando lo miré abrí los ojos asustada, no podía creer quien era el hombre que escondía su identidad tras la carta de la cafetería. Parpadeé un par de veces esperando que solo fuera una ilusión óptica, pero cuando me sonrió y me mostró sus colmillos no tuve dudas... Einar estaba sentado frente a mí.

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