Capitulo 4. Noches de Temor y Espera.

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La semana transcurrió en completa normalidad. La cafetería estuvo tan tranquila como hacía semanas no lo estaba. No pude detectar a ni uno solo de los espías del Rey dominio; lo cual solo podía significar una cosa: estaban bien disfrazados.

Era viernes, estábamos a media hora de cerrar y disfrutar el fin de semana. Llevaba todo el día esperando a que Marisa llegara para entregarle los amuletos de protección.

Era aburrido estar en la cafetería cuando el lugar estaba vacío, porque no había mucho que hacer. Ya había terminado de lavar los trastes que se habían ocupado en la tarde, Artemisa estaba en la plata de arriba con sus padres arreglando asuntos de la escuela; pues había reprobado un examen muy importante.

Ahí estaba yo sola, sentada tras de la barra esperando a que dieran las nueve en punto para correr y cerrar la puerta con llave. Definitivamente era mejor ver el lugar lleno que estar sentada sin hacer nada. Necesitaba algo para refrescar mi garganta, así que fui a la cocina un momento y me serví un vaso con un poco de agua.

Necesitaba cambiar mi estrategia. Si me quedaba demasiado tiempo siendo Circe Cross me atraparían. Odiaba la idea de tener que dejar esta vida que tanto me había costado construir, pero tal vez era lo mejor. Iniciaría una vida en la costa sur; donde los vampiros más acaudalados vivan, eso sería mucho mejor que estar de sirvienta toda mi vida.

De pronto la campanilla de la puerta sonó. Estaba segura que sería Marisa; pensé que se le habría hecho tarde por entregar el trabajo que le había arreglado. La entendía, así que no le reclamaría nada en absoluto.

Salí muy feliz con la bolsa en donde había guardado los amuletos, me había esforzado mucho en arreglar esa bolsa de tela, inclusive le había puesto un moño rosa como su carpeta. Realmente quería ver su cara cuando se los entregara.

Al salir a quien me encontré con aquel estúpido que me había lastimado el brazo. Estaba parado al pie de la barra. Estaba a punto de gritarle que se largara; pero entonces él habló antes de que pudiera siquiera hacer algún ruido con la garganta.

—No voy a lastimarte —dijo muy serio.

—Vete antes de que llamé a alguien.

—Te dije que no vengo a lastimarte —me miró frunciendo el ceño—. Estoy aquí para...

—Te dije que te fueras —cruce los brazos bajo el pecho—. No me importa que seas el alfa, no pienso atenderte.

Lo único que me faltaba, tener que ver de nuevo a este sujeto. Estaba dispuesta a correr escaleras arriba para estar a salvo con la familia de Artemisa. Pero perdería mucho tiempo tratando de abrir la puerta, además sería inútil gritar porque la casa tenía una película anti sonido.

—Estoy aquí para saber cómo está tu brazo.

— ¿Te refieres al que casi e arrancas por no prestarte un computador? —Señalé mi brazo izquierdo, ya que este tenía la marca—. Gracias a ti, ahora no puedo usar nada de manga corta.

El hombre que estaba ahí parado, lucía avergonzado. De hecho, ni siquiera tenía la expresión de odio con la que había llegado el otro día.

—Puedo ayudarte con eso, ven acércate.

Abrí los ojos horrorizada. De ninguna manera me acercaría a él ¿Cómo se le ocurría decirme algo así? No hice lo que me pidió, simplemente retrocedí con cautela unos pasos.

— ¿No entendiste? —dijo molesto—. Dije que te acerques.

—Yo no pienso estar cerca de ti.

—Eres una Delta que debe seguir mis órdenes, si yo quiero que te acerques a mí; lo haces ¿me entiendes?

Maldito ¿Cómo se le ocurría decirme algo así? Deseaba con todo mi corazón poder transformarme en Alessandra Black, pero si lo hacía me encontrarían muy fácil.

—No quiero que me toques —no parecía aterrada, en realidad lo que sentía cuando lo veía era rabia, y mi voz lo demostraba—. Vete por favor.

En realidad creí que se marcharía, pero no lo hizo. Me miró con el ceño fruncido, a leguas se le notaba lo enojado que estaba. Creí que me mataría en ese instante por la forma en la que me miraba, solo que en lugar de eso brinco la barra sin mucho problema.

— ¿qué-qué haces? —Exclamé tartamudeando por el miedo que me invadió al tenerlo tan cerca—. Te dije que te fueras, no que brincaras la barra.

—Yo te dije que te acercaras a mí —de una manera muy brusca subió la manga de mi suéter. Me queje de dolor—. Esto jamás te va a cicatrizar. Te llevaré con la sacerdotisa de mi manada para que te cure la herida.

— ¡No! —Grité llena de pánico—. Tú no vas a llevarme a ningún lado.

Claro que no podía ir con ninguna sacerdotisa. Si se le ocurría lanzar un hechizo de restauración sobre mi brazo, revelaría mi verdadera identidad frente a este tipo y seguramente llamarían a mi familia. Yo no podía correr ese riesgo.

—No seas tonta. Me estás haciendo perder la paciencia.

No podía responder con más enojo, sería inútil, tendría que manejarlo de una forma distinta. Me tranquilice, usaría una de mis cartas a favor. La clase social nos dividía por mucho; y una Delta no podía salir con el Alfa a ningún lado, mucho menos ahora que era tan noche.

—Lo lamento Alfa, pero yo no puedo ir con usted a ninguna parte —miré rápidamente el reloj de la pared—. Ya pasa de las nueve y media...

—Eso no me importa. Tengo que llevarte para que te curen la herida.

—Usted mismo lo dijo hace un rato. Usted es el Alfa, y yo simplemente soy una Delta —la furia parecía que se le había esfumado del rostro—. Eso significa que no puedo ir con usted a ninguna parte, mucho menos sola.

—Entonces pídele a alguien que te acompañe

— ¡Qué buena idea Alfa! —Sonreí porque la oportunidad para pedir ayuda había aparecido—. Subiré para pedirle a mi padre que me acompañe.

—Bien. Los esperaré aquí —se alejó de mí—. No demoren.

En cuanto el tipo estuvo lo suficiente lejos de mí, corrí escaleras arriba hacia la casa de Artemisa. El corazón casi se me salía del pecho por la adrenalina que estaba sintiendo. Ni siquiera llamé a la puerta esperando permiso para entrar; simplemente la abrí.

— ¡Ese-ese hombre regreso! —estaba temblando—. Pensé que no me iba a-aa dejar ir

La madre de Artemisa se acercó para abrazarme.

— ¿Qué quiere aquí el alfa? —El señor Lie miró su reloj—. Ya pasan de las diez de la noche. No son horas para estar en un hogar decente.

—Quiere llevarme con la sacerdotisa de su manada —las lágrimas se me salieron de los ojos—, pero yo no quiero ir a ninguna parte con él. Tengo miedo.

Me tocaba hacerme la niña asustada. De otra forma no se interpondrían para dejar que el alfa me llevara, después de todo; ellos al igual que yo (en este momento éramos simples Deltas.

—No te preocupes Circe, no dejaré que te vayas con él —el señor Lie—. Bajaré y hablaré con él.

Esa noche el señor Lie logro hacer que el Alfa se fuera. Ni siquiera dejo que Artemisa y yo no fueras al dormitorio en el campus. Nos quedamos a dormir en la antigua habitación de mi amiga, le pedí que me abrazara porque tenía mucho miedo, pero a decir verdad; solo tenía miedo de que me encontraran.

Secretos de Alfas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora