Capítulo XIV

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La carita de Momon me dio inspiración, por eso capítulo largo.
Gracias por seguir acá y esperar.

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Horacio nació en una pequeña familia, donde solo eran sus padres y él.

Su madre era una persona insegura de sí misma. Sus miedos siempre controlaban sus decisiones y actos, y más aún cuando quedó embarazada a los 18 años, se obligó a si misma a alejarse de su familia y a tener miedo en todo el proceso de su embarazo.
Y su padre, bueno, era una persona que si podía salvar su trasero antes que el de otra persona–sin importar quién fuera—lo haría y no se arrepentiría pero también era un cobarde.

Los pensamientos de la madre de Horacio retumbaban en su cabeza, como si de golpes con un martillo se tratarán y el "apoyó" del padre de Horacio tampoco servía.

Todo se desató un día, casualmente el día de cumpleaños del pequeño–en ese momento–castaño. Esa mañana cumplía 6 años y fue distinta, por primera vez escuchaba a sus padres discutir.

No podía identificar que decían pero era la primera vez que los escuchaba elevar la voz hasta los gritos. En sus caricaturas jamás se peleaban, ¿Por qué sus padres si?.

Sentía que su pecho se agitaba debido a la presión que sentía en su interior, su vista se volvió borrosa gracias a las traicioneras lágrimas que brotaban de sus ojos. En un acto de "autodefensa" llevo sus manos a sus orejas y presionó con fuerza, intentando alejar todo sonido de su cabeza.

Se tapó los oídos hasta que sus manos dolían, solo en ese momento despegó sus manos lentamente de sus orejas, silencio. Se impulsó para bajar de la cama y encontrar a sus padres pero lo único que encontró en la sala fue a su padre.

Él lo miró de una forma que su cabeza jamás podrá olvidar, lo miró con desprecio, desaprobación y hasta con un poco de odio, aún así se atrevió a hablar.

–¿Y mi mamá?—

Una pregunta sencilla, una pregunta que no era la primera vez que la hacía pero quizás si era la última. Para su padre fue un impulso, apretó sus ojos hasta cerrarlos y apretó sus manos hasta que se volvieron puños.

–Lárgate a tu cuarto–dijo casi en susurró, que apenas y Horacio pudo escuchar.

El pequeño frunció el ceño–confundido–y ladeo la cabeza, intentando descifrar lo que su padre decía.

Abrió los ojos y lo encontró aún de pie junto a la escalera, todavía mirándolo y la rabia creció.

–¡Vete!¡Que no te quiero ver!–gritó haciendo resonar los oídos del menor.

Con una velocidad que ni el conocía, subió las escaleras y se encerró en su cuarto.  Sus manos volvieron a llegar hasta sus oídos pero fue en vano, porque seguía escuchando los insultos que su padre le gritaba desde la sala.

Los días siguieron y las cosas cambiaron de una forma que Horacio no se pudo acostumbrar.

Horacio comenzó a vivir con su abuela paterna, ya que para su padre esa fue la mejor decisión que pudo haber tomado.
Su abuela era una mujer muy cariñosa pero que desde la muerte de su esposo, vivía sola y un pequeña compañía como Horacio no le vendría mal pero eso no justificaba el comportamiento que su hijo estaba teniendo.

Su padre comenzó a visitarlo cada vez que su trabajo se lo permitía pero si queremos ser sinceros, lo visitaba cada vez que le apetecía y para no quedar mal.

–Hay muchos niños que se ponen a jugar allí–señaló el pequeño parque frente a la casa–¿Por qué no vas y compartes las galletas que hicimos juntos?

𝐐𝐮𝐢é𝐧 𝐞𝐫𝐞𝐬? \\𝐕𝐨𝐥𝐤𝐚𝐜𝐢𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora