Capítulo XXI

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El principio del final.

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Mónica.

–Buen día, señor George–solté, mientras movía mi mano de izquierda a derecha con cautela para que ni el bolso que reposaba en mi hombro ni Horacio a mi lado cayeran al suelo.

El señor George, el conserje del edificio donde residía, me devolvió el saludo un tanto confundido, sin despegar la vista de mi acompañante.

Y es que esa mañana, la doctora a cargo de Horacio me notificó que le darían de alta por su rápida recuperación. Dude al principio, ya que Horacio no había despertado hace mucho ni se veía perfectamente pero me alegraba el hecho de tenerlo junto a mi y a mi cuidado.

Aunque desde la mañana, este estaba diferente, algo le pasaba o algo había pasado, según lo que Claudio me comentó era que Horacio estaba despierto desde muy temprano, incluso desde antes que este despertará y solo respondía en pequeñas palabras o solo moviendo la cabeza, algo muy extraño para tratarse de Horacio.

Esperamos la llegada del ascensor, marqué mi piso y en un profundo silencio, esperamos que este llegará a su destino, cuando las puertas de este se abrieron, acomode suavemente mi mano en uno de sus costados, aferrandolo a mí.

–Puedo caminar, Mónica–contestó ante mi gesto con dulzura–No es para tanto

Sonreí al escucharlo hablar

–De igual forma, no quiero que te estampes contra el suelo–solté sonriendo–Tienes suerte, la gran mayoría de mis vecinos son gente mayor, así que podrás descansar bien–dije en susurró para que ninguno de mis vecinos se ofendiera con las palabras "Gente mayor" para no decir ancianos, obviamente.

Nos detuvimos frente a la puerta del departamento hasta que al fin pude sacar las llaves de mi bolsillo derecho y abrir.

–Disculpa por el desorden, no eh tenido tiempo de ordenar–hablé avergonzada ante el aspecto de mi piso

Asintió ante mis disculpas, se detuvo para apreciar el interior en silencio o quizás simplemente perdido en sus pensamientos.

El resto de la mañana, me encargué a que se diera una ducha, le elegí un holgado pijama de su gran bolso y se lo entregué por la puerta del baño, tapandome los ojos con una mano, evitando ver cualquier tipo de trauma y me dedique a peinar y secar su largo cabello decolorado.

Pero aún así, me fue imposible sacarle una sonrisa verdadera o comenzar una conversación profunda.

–¿Tienes hambre?–pregunte algo preocupada, después de ver en carne propia su irregular actitud

–¿Tienes un perro?–cuestionó, ignorando mi pregunta y señalando la pequeña cama del cerdito

Sonreí al recordar al pequeño amigo, seguro eso le subiría el ánimo.

–Ya vuelvo–contesté, saltando de la cama y corriendo a la puerta principal.

Después de tocar la puerta de mi vecina cinco veces, esta abrió y se disculpó por demorarse en atender, me entregó al cerdito con una sonrisa, me indicó que este se portó muy bien y que siempre estaría feliz de volverlo a cuidar.

Me despedí con una sonrisa y con el cerdito en mis brazos, corrí de vuelta al departamento, al abrir la puerta, me agache para dejarlo en el suelo sin antes susurrarle;

–Al fin puedo presentarte a tu verdadero dueño–

Este pequeño, por instinto, corrió con sus pequeñas pezuñas hasta mi cuarto, lo seguí a paso rápido hasta encontrarlos.

𝐐𝐮𝐢é𝐧 𝐞𝐫𝐞𝐬? \\𝐕𝐨𝐥𝐤𝐚𝐜𝐢𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora