Capítulo Final; Parte II

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Horacio.

Aprieto el volante de la moto con fuerza antes de levantar la otra mano y refregarme los ojos, y borrar esas estúpidas lagrimas que intentan cegarme la vista.

La carretera de la ciudad jamás me había parecía tan larga como en ese entonces, casi lo pierdo de vista cuando gira a la izquierda, cambiándose de vía, yendo en dirección opuesta. Aprieto los labios ante lo peligroso que se ve e intento abstenerme por el miedo, pero de igual forma lo sigo con maniobras bruscas, los bocinazos de los autos no son nada comparado con el dolor de cabeza que tengo y todo por él.

Se cruza por entremedio de un camión que de milagro no lo arrolla y toma otra vía externa para salir de la carretera, llegamos al centro de la ciudad en menos de un minuto, pero no dura mucho, ya que se cuela por uno de los callejones más conocidos de la ciudad y salimos cerca de un badulaque, acelera aún más, dejándome detrás de dos coches y dobla por una calle solitaria y en cuanto pienso que ira por las casas residenciales, gira otra vez, en la iglesia.

Me quedo paralizado por un momento, frunzo el ceño con incertidumbre. Temor de entrar a ese lugar y no salir con vida. Así que tomo la radio y la conecto, tirándola en uno de los arbustos. Me bajo de la motocicleta después de haber reducido la velocidad previamente.

La iglesia y sus alrededores están solitarios a excepción de la moto tirada en el estacionamiento, aun encendida. Boto el aire con fuerza antes de anclar la moto en el suelo y en cuanto estoy a punto de cruzar las puertas de madera, decido quitarme la gorra y el cubre bocas, quiero que me reconozca y que no por falta de lucidez, me dispare al adentrar la cabeza.

Necesito hacerlo entrar en razón, necesito tiempo.

El interior de la iglesia está igual de cómo lo recordaba y aunque una capa de sudor envuelve mi cuerpo, intento mentalizarme que solo es mi hermano, el de toda la vida.

−Bienvenido−saluda con la voz más grave de lo normal, apoyado en la puerta del confesionario

Mi boca se tuerce en una mueca al contemplarlo, finalmente de frente, sin nadie más. Su aspecto es más terrorífico de lo que recordaba, doy un paso atrás, ante su demacrado estado.

−Gust...gustabo−susurro entre estúpidos tartamudeos

Me da una sonrisa burlesca antes poner los ojos en blanco, echar la cabeza hacia atrás y gritar, se gira con rapidez y con un brazo tira todo lo que hay en una mesa cercana, botellas de vino y copas caen al suelo, formando un sonido resonante.

− ¡Pogo!¡Me llamo Pogo, joder! ¿¡Cuando te lo meterás en el puto cráneo!?−grita otra vez, aprieto los ojos ante sus estruendosos gritos que no me traen buenos recuerdos.

No, gritos no, por favor. No otra vez.

Tapo mis oídos con ambas manos, ejerciendo una fuerza extrema, como si intentará atravesarme la cabeza. Solo puedo observar y escuchar a lo lejos como el payaso se ríe a carcajadas en mi cara.

Su maquillaje corrido, sus ojeras, su cabello lleno de fijador, sus mejillas hundidas ante la evidente pérdida de peso, su pierna que no para de sangrar, manchando el ridículo traje de rayas.

Y ya no puedo más.

De un momento a otro lo veo a centímetros de mí, riéndose aun mientras intenta quitarme las manos de los oídos, forcejeamos unos segundos hasta que logro empujarlo con fuerza. No cae al suelo, pero si me mira furioso.

−No−suelto con una firmeza que hasta a mí me sorprende, pero continuo−Tú no eres Pogo

Me da una mirada penetrante antes de agacharse, sin despegar los ojos sobre mi mientras suelta algunos quejidos por su pierna herida hasta recoger una de las botellas rotas y volver a incorporarse.

𝐐𝐮𝐢é𝐧 𝐞𝐫𝐞𝐬? \\𝐕𝐨𝐥𝐤𝐚𝐜𝐢𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora