Capítulo 8: Laberinto de nomeolvides y brezos de lavanda

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Junio 2019

Diana llevaba caminando un rato por lo que creía que era un laberinto. Las paredes de setos eran tan altas que no se podía ver el cielo, aun así el lugar era bastante iluminado. La chica no podía controlar su cuerpo que la guiaba sin dirección, pero sí era en parte consciente de su entorno y sus pensamientos. Verde. Todo lo que había visto hasta ahora eran las hojas verdes de las paredes. Izquierda, derecha, directo, derecha, izquierda, izquierda, derecha, directo. Ella daba vueltas por ese laberinto sin orientación ni sentido. Se estaba mareando. Una corriente de aire del que no sabía de dónde provenía hacía volar la falda de su vestido blanco. Casi podía oler el rocío en los setos, sin embargo, no podía escuchar nada. Ni un sonido, como si hubieran apagado el audio.

¿Qué hacía ahí?

Cierto, estaba en una consulta con su terapeuta y Kali. Después del episodio de la otra noche, la habían hecho repetir la muerte de su familia miles de veces con los movimientos de los dedos hasta que ya no le afectaba, solo quedaba una ligera tristeza y añoranza por ellos. Como Bruno había avisado que los próximos años eran con sus tíos Anderson, la doctora consideró prudente que primero meditara para relajarse. No estaba segura de si se había quedado o no dormida, solo recuerda haber cerrado los ojos para ralentizar su respiración y terminó aquí, dando vueltas.

Cuando estaba por consumirla la exasperación, se golpeó la cabeza contra algo. Era un puerta de madera, ¿cómo no la había visto antes? Era una sola puerta de madera con hierro en forma de arco incrustada en una pared de ladrillos cubierta por los setos. Tenía una aldaba redonda. Era idéntica a la puerta trasera de la mansión Anderson. Sin saber a donde ir ni con nada más que hacer, atravesó la puerta.

 Sin saber a donde ir ni con nada más que hacer, atravesó la puerta

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30 Marzo 2003

Una niña de aproximadamente cinco años con un vestido y lazo negro entró seria en su casa acompañada de las últimas personas con las que quería estar. Aunque su cuerpo fuera de niña, ella sabía que era niño. O eso creía. Estaba confundida, ¿o confundido? Quería quitarse el vestido y encerrarse en su habitación. También estaba molesto, esas personas no lo habían escuchado y ahora tenía que vivir con sus tíos Frank y Eva y su prima Victoria. Mejor dicho, ellos tenían que vivir con ella. Su tío, un hombre intimidante de piel morena y cabello y ojos oscuros, les dio unas órdenes a las criadas de manera muy grosera. Su tía, una mujer rubia dorada lacia de cara alargada y ojos claros, inspeccionó la casa con una mueca todo el tiempo. La niña solo subió las escaleras para dirigirse a su habitación, aun escuchando las voces de abajo.

-Este lugar necesita más decoración. No refleja la grandeza de los Anderson. -su voz era tan chillona como la de Yvonne.

-Mamá, ¿puedo escoger mi habitación? -preguntó su prima arrastrando las palabras. Victoria era idéntica a Eva, pero su cara era redonda como el resto de los Anderson.

-Claro, mi amor.

Victoria subió corriendo las escaleras y empujó a su prima en el proceso, haciendo que se golpeara contra la pared. Cuando "Diana", no estaba seguro de que ese fuera su nombre, llegó a su habitación, su prima estaba lanzando su ropa al pasillo sin ningún cuidado.

Las voces en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora