Epílogo

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21 Marzo 2034

Omega sacó las galletas del horno cuando su intuición le indicó que ya estaban listas. Una a una colocó las galletas en orden de una espiral sobre el plato de porcelana elegante. Observó por la ventana aquellos seres que reían alegres. Vivos. Esos pequeños eran las criaturas más vivas que había visto en su no vida. Criaturas preciosas.

Salió al jardín de la mansión Anderson con el plato con galletas en las manos. Los pequeños se balanceaban a gran altura en el viejo columpio. Competían sobre quién podía llegar más alto, mientras el esposo de la luna creciente les advertía del peligro. A Omega no le gustó la altura a la que se columpiaban, podía terminar como fantasmas, igual que ella. No quería que las criaturas más vivas que había visto en su no vida terminaran muertas. Dejó el plato con galletas para atrapar la soga que sostenía el columpio.

-¡Mamá Omega!

-No muy alto.

-Es peligroso que se columpien tan alto, niños. Se pueden caer y lastimar mucho. -reprendió Allan bajando al varón del columpio- Además, al árbol no le gusta que lo fuercen mucho. Le duele si se columpian muy alto.

-Los árboles no están vivos, papá. -se burló la hembra.

-Por supuesto que están vivos, Zoey. Los árboles respiran y comen como ustedes. Todas las plantas están vivas. ¡Harry, solo una galleta!

El varón escondió un puñado de galletas en sus bolsillos para salir corriendo, huyendo de su padre que lo perseguía.

-Mamá Omega, ¿puedo comer una galleta? -la hembra inclinó su cabecita provocando que sus dos coletas altas se balancearan en el aire y puso su mejor versión de ojos de cachorrito.

-Sí. Solo una.

La niña de seis años corrió feliz hacia la mesa de piedra, con sus dos coletas de cabello negro brincando con cada paso. Zoey miró con total concentración cada galleta, analizando su tamaño, color, olor y otras características, hasta encontrar la galleta perfecta. Ñam. Ñam. La hembra masticó gustosamente el postre, saboreando cada segundo con sus ojos zafiros brillantes. Aunque había dicho que solo podía comer una galleta, la pequeña agarró disimuladamente otra para desaparecerla rápidamente en los bolsillos de su falda rosada con un lazo color nut. Una galleta menos hubiera pasado desapercibida de no ser porque Omega la estaba observando. No importaba realmente.

Zoey balanceó sus pies mientras observaba a su padre hacerle cosquillas a su hermano menor. Allan tuvo piedad del niño y lo alzó para cargarlo sobre sus hombros. Ambos rieron sin preocupaciones. El viento desordenó el cabello negro de ambos, enviando las puntas del más pequeño en todas direcciones. Harry era la versión varón de Zoey, dos años más pequeño. Ambos eran dos angelitos inocentes y felices que traían alegría a sus padres y un propósito al Sistema.

Omega le devolvió el control a la host para que disfrutaran el día libre.

Diana observó a sus dos retoños pelear por la última galleta, uno le arrebataba el postre para huir del otro. La pobre y abusada galleta cambiaba de manos tan rápido como un colibrí aletea por segundos, provocando que se aplastara y agrietara entre sus manos. Allan tomó a la víctima y la masticó antes de que los niños supieran qué había sucedido. Pobre galleta. Y pobre de su esposo que ahora debía huir de los ofendidos niños.

Diana amaba a su familia. Eran su vida. Su luz.

Sus dos retoños eran su orgullo, aunque su custodia fue un tema de controversia hacía pocos meses. Una de las maestras de Zoey la había reconocido en una reunión de padres como "la hija rara de los Anderson con personalidades múltiples". Resultó que dicha señora había ido a la misma primaria y universidad que Diana, además de haber escuchado los múltiples rumores que circularon por la ciudad y leído ese endemoniado periódico.

Las voces en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora