Capítulo 15

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Necesitaba drenar toda la rabia que tenía, y no quería ni llorar, ni gritar, y menos pagarla con nadie.

Bajé al estacionamiento tomé mi moto, y di vueltas por toda la ciudad hasta que amaneció.

Al llegar a mi casa me encontré con mi abuela haciendo el desayuno.

-Mi niña, no sabía que habías salido.

-Creo que no sabes muchas cosas de mi, así como yo de ti, ¿no? -Le di un sorbo a una taza de café que estaba sobre el taburete-

-¿A que te refieres?

-Ya sé que estás enferma.

Esas palabras me retumbaron en la mente como un eco.

-¿Enferma? Pero si yo...

Le interrumpo.

-Mi tía Maria me llamó.

-Tu tía es una exagerada.

-¿Exagerada? ¿crees que el cáncer es una exageración?

-Isabel...

-Isabel nada. Arreglate que vamos a un mastólogo*.

-Yo estoy bien.

-No. No estás bien. Conoces mis temores y sabes que uno de los peores son las enfermedades terminales, ¿como pudiste ocultarme algo tan grave?

-Y porque sé cual es tu temor no quise decirte nada, en La Guaira fui al medico, y no es nada grave, sólo son células...

Le interrumpí nuevamente.

-No sé que sea, pero vamos al médico, ya dije.

-No soy una niña.

-¿Ah no? Pues te comportas como tal. No es justo que mi mamá y mi papá se mueran, mi hermano me abandone, y ahora también te enfermas tú.

Si que eran muchas tragedias en tan poco tiempo, era como si las 7 plagas de Egipto hubiesen decidido entrar en mi casa y acabar con todo a su paso.

-Tienes razón mi niña, perdón.

-No tienes por qué pedir perdón pero si tienes y debes ir al médico.

Suspiró y por fin aceptó.

                         ~

Llamé al trabajo para decirles que iba a faltar OTRA VEZ. Y prometí trabajar horas extras para remediar mis faltas.

La cara de mi abuela al saber que nos íbamos en moto era todo un poema.

-¡¿Y yo me tengo que montar en esa vaina?!

Solté una carcajada.

-Si señora, póngase su casco.

-¡Yo nunca he andado en moto!

-Siempre hay una primera vez. -Subí los pulgares-

Mi abuela después de pensarlo aproximadamente diez minutos por fin se montó, parecíamos siamesas.

-Tita no me dejas manejar, estás apretándome.

Grité sonriendo.

-¡Es que me voy a caer!

-No te vas a caer Tita, abrazame si quieres pero no tan fuerte.

Bajó un poco la fuerza, y me era imposible contener las risas.

Llegamos a la Clínica Del Este, dónde la vería el mastólogo Andrés Quiñones, y ella estaba de mal humor.

-No sé que te costaba pagarme un taxi.

Con olor a café.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora