Capítulo 8

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—¿Tad?¿Que haces aquí?— susurro el pelinegro. Hiro levemente se movió así que ambos jóvenes salieron de la habitación. —Pense que Hiram te tendría bien vigilado. 

—Duerme como piedra, ten— le mostró el traje de cabalgar— debes despedirte de ella, se fue en un caballo de hielo y dejo un rastro, tal vez puedas seguirla— el pelinegro tomo las ropa y le agradeció con la mirada. 

—¿Porqué haces esto?

—Porque alguna vez estuve enamorado y me hubiera gustado despedirme de ella, tampoco la toque, ni la bese pero la amaba sin tocarla. Era una conexión, como el hilo rojo del destino. Y tu— dijo tocándole el hombro— lo tienes con ella. Cuando estuve hoy a su lado, supe que tu tenías esa conexión con ella. 

—Gracias— susurro dándole un leve abrazo. Tad le dió unas palmadas en la espalda. Aprovechando que todos dormían, rápidamente cambiaron de ropa y bajaron las escaleras. Ahora entendía porque la reina escapaba seguido por las noches, el castillo era sumamente silencioso. Los guardias adormilados ni si quiera notaron a dos jóvenes casi iguales, como si de gemelos se tratara. Excepto una mujer que miraba desde una de las habitaciones. Tad le dijo que la reina tenía muy poco de haberse ido, si cabalgaba rápido seguramente la encontraría. Agradeciéndole el gesto, subió al caballo y se dispuso a cabalgar. Los guardias despertaron pero Tad ya había desaparecido. 

Tadashi trataba de planear en su mente que cosas le diría a la reina, como le confesaría que estaba enamorado de ella en tan solo tres días, Tad le dijo que la joven ya sospechaba de que eran diferentes y que el motivo de su partida no era una carta de Japón. Pero lo que más temor le provocaba era encontrarla con algún amante, que ella ya tuviera un amor, no sabría que hacer. ¿Y si le preguntaba porque la siguió? Se quedaría helado. El pánico comenzó a removerse en su interior, por un momento quiso regresar y no despedirse, sería más fácil olvidarla... Pero se engañaba a si mismo, la prueba de que existía la magia, sus ojos azules como el hielo y su cabello blanco como la nieve... ¿Cómo podría olvidarla? ¿Cómo podría irse sin abrazarla una vez más...? Se moría por besarla, por tenerla entre sus brazos. Tad le había dado la oportunidad y no la iba a desaprovechar. 

Comenzó a cabalgar más despacio conforme se adentraba más al bosque, parecía tranquilo y solo el sonido del río y otro cabalgar a lo lejos se escuchaba. Hasta que observó algo singular: Elsa con un impresionante vestido rojo, montada sobre un impresionante caballo blanco hecho de nieve y con Olaf en sus brazos. Se detuvo y bajo del caballo, escondiéndose entre las ramas observó a la reina acercándose a un sendero. 

El cielo era azul marino, Olaf pudo ver un pequeño campo de flores, en el centro el pasto era bajo y perfecto para recostarse. Bajaron de caballo el cual desapareció al instante. Elsa le tomo la mano y caminaron por el sendero. Tadashi escucho la voz de la joven comenzando a cantar. Estiró una mano y un rayo de luz comenzó a pasar entre el pasto, alzando luciérnagas que ilumaron el lugar. 

—Se va el sol y todo se embellece

Con su luz, nos van a iluminar

ven conmigo y en mis brazos descanza

Sí en mis brazos hoy estás— El pequeño muñeco de nieve comenzó a recorrer el sendero observando como el rayo de luz azul alzaba una a una las luciérnagas. Elsa se colocó de rodillas sobre el pasto y siguió cantando. 

Se va el sol y todo se embellece

Con su luz, nos van a iluminar

ven conmigo y en mis brazos descanza

y podrás soñar.

Aquí estas y así la magia aparece

Ven a mí, porque te quiero abrazar— Elsa abrió los brazos y Olaf corrió hacia ella. Abrazándola mientras miraba las luciérnagas bajar nuevamente al pasto. La joven lo acurrucó entre sus brazos y comenzó a mecerlo. 

Corazón en el PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora