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Las vacaciones se habían terminado, para mi desgracia. Los cortos días sin hacer casi nada habían pasado, y sentía que no había aprovechado para nada esos días. Justo hacía un día que había ido a la pista de patinaje cuando mis días de tranquilidad terminaron. Me sentí estúpido, la verdad, pero ¿qué le vamos a hacer?

Con la mochila en el hombro y el ánimo por los suelos, caminé por el suelo francés hasta llegar a la pista donde entrenábamos todos. Era un pista grande, más de lo normal, y perfecta para hacer saltos, aunque hubiese gente de por en medio. De vez en cuando iba solo a patinar porque no me sentía satisfecho con mis entrenamientos, así que conocía bien el ambiente. Cuando entré por la puerta, Julie me saludó efusivamente con un abrazo, al que correspondí un poco incómodo. Las muestras de afecto no eran lo mío, tenía que admitir.

- ¡Te he echado de menos, Jimin! -dijo con una sonrisa-. La pista se sentía vacía sin ti. Además, han venido un montón de muchachas estos meses preguntando por el guapo patinador que entrena de vez en cuando, el de los saltos perfectos.

- Mis saltos no son perfectos -dije rodando los ojos-. Son unas exageradas -ella asintió, riendo-. Yo también te he echado de menos, Julie. No hay recepcionistas como tú ya, todas son antipáticas y bordes.

Una vez hube saludado a Julie, me interné en los vestuarios de la pista, que solo podíamos usar los patinadores del equipo, no los clientes. Dejé mi mochila en uno de los bancos que había allí, saqué la ropa que iba a ponerme y los patines y empecé a cambiarme. Normalmente entrenaba con una camiseta de cuello normal, pero estos últimos tres días había tenido que venir con cuello alto por culpa del idiota de Jackson. El muy capullo había dejado chupones en mi cuello, y además, eran tan oscuros que todavía no se habían ido.

Cambié mi camiseta y mis pantalones, poniéndome unas mallas negras apretadas que eran ideales para patinar, en mi opinión. Muchas y muchos habían caído a mis pies por esas mallas, de eso seguro. Por lo menos Jackson sí. Decía que me hacían un trasero exquisito y unas piernas de infarto. En fin, por algo soy Park Jimin.

- ¡Jimin! -gritó el entrenador desde fuera del vestuario-. ¡¿Qué mierda haces que tardas tanto?! ¡Te quiero aquí en un minuto, ni un segundo más!

Bufé al ver que Namjoon se había puesto en su modo entrenador serio, sabía que hoy iba a ser un entrenamiento difícil. Para que os hagáis una idea, una vez me desmayé en uno de los entrenamientos, aun y habiendo comido, solamente por el esfuerzo. Tuve una deshidratación severa, me lo dijeron en el hospital. Mis músculos estaban agotados cuando me desperté, y Namjoon se enfadó conmigo porque decía que no sabía cuidar de mi mismo. Podía ser un muy buen amigo, sí, pero también un duro entrenador, duro, pero bueno.

Una vez me hube cambiado completamente, cogí los patines rápidamente y salí a la pista con ellos en la mano.

- ¿No te ha dado tiempo ni de ponerte los patines? -rodó los ojos-. Pareces una chica yendo al baño, dios. ¡Vamos! ¡Póntelos!

Rápidamente me coloqué los patines y apreté los cordones. Una vez hice esto, salí a la pista de una vez. Sentir el hielo bajo mis pies era una sensación muy agradable, familiar. Aunque no lo pareciera, de alguna manera se sentía cálido en mi corazón. El hielo siempre había formado parte de mi vida, desde que tenía memoria, mi madre me llevaba a patinar todos los inviernos con mi padre. Juntos nos reíamos de como se caían.

Los echaba de menos.

- Haz treinta vueltas a la pista, para calentar -indicó el entrenador-. Vuelvo en un momento, creo que acaba de llegar el nuevo.

Con los patines puestos, Namjoon salió de la pista. Se colocó los protectores en las cuchillas y empezó a caminar hacia los vestuarios. 

Mientras hacia lo que me indicaba, no pude evitar acordarme de mi familia. Era una mierda eso de estar lejos de mi casa, pero era el precio que tenía el patinaje. Si quería estar en un equipo como este, solo podía marcharme de mi país natal sin saber la fecha de mi retorno. Llevaba ya cinco años lejos de casa, viendo a mi familia apenas una vez al año, con suerte. Cada vez que volvía, mi hermana era más mayor. Cuando me fui, ella era un simple bebé de dos añitos, pero ahora ya tenía siete. Era duro pasar tanto tiempo lejos ellos, pero por lo menos hacíamos llamadas de vez en cuando. 

Sobre Hielo - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora