20. Padre e hijo

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Aquella noche, la noche de la pizza

Toji Fushiguro nunca había sentido predilección por el alcohol. Había decidido, allá cuando tenía unos dieciséis años, que lo único que se metería en el cuerpo sería nicotina y humo.

Dio una calada a su cigarro, sentado en el sofá, mientras veía una película con su hijo. Megumi comía los bordes de la pizza que él iba dejando porque no le gustaban, y sabía que luego se iba a quejar de que le dolía la barriga. Aún así, dejó que comiera lo que quisiera, mirándole de reojo.

Lo sabía. Su actitud había cambiado radicalmente. La manera en que reía, sus mejillas sonrosadas cuando miraba la pantalla del teléfono —que, de hecho, ni siquiera tenía contraseña—; la forma en que se arreglaba de más, su buen humor y, sobre todo, aquel chico.

El que no dejaba de visitarle y viceversa, al que había pillado dándole abrazos cariñosos en el recibidor. Y lo había visto cuando había tomado su móvil a escondidas, había visto mensajes demasiado pastelosos, llenos de azúcar, que le daban ganas de vomitar; también aquella fotografía en la que el Yuuji ese, o como se llamara el chaval, lo atraía hacia sí para darle un beso en la mejilla.

Un beso.

Lograba enfurecerse al reconocer en su Megumi, su pequeño orgullo, el mismo estúpido comportamiento que había tenido su otro hijo.

Esperaba, agazapado como un felino, a que cometiera cualquier error.

Suspiró con pesadez, escuchando a Fushiguro bostezar y levantarse, con su mullido pijama de invierno, porque era un maldito friolero que siempre pedía mantas enormes para su cama.

—Tengo sueño. —Se quejó el menor, restregándose una mano por toda la cara, a pesar de que le había dicho mil veces que no lo hiciera, ya que podría causar que le salieran granos. —¿Puedo ir a dormir?

Asintió con una vaga afirmación, haciendo un gesto con la mano. No se dignó a enfocarle con la vista directamente, a analizar aquellos ojos azules que había heredado de él.

—Entonces, buenas noches. —Lo oyó decir, y sus pasos alejándose. De repente, el chico volvió a su lado, algo cauteloso, y se inclinó sobre él para darle un beso en la mejilla. —Hacía tiempo que no pasábamos el rato juntos. Te quiero.

Dejó que se fuera del salón, con sus pies descalzos y su pelo negro alborotado; las comisuras de los labios algo manchadas del tomate de la pizza.

—Yo también a ti. —Soltó, en voz lo suficientemente alta como para que el otro lo escuchara.

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—Dime cuándo te podré volver a ver. —Susurró el chico en su oído, abrazándole con fuerza.

Fushiguro le besó la frente, las mejillas y la nariz repetidas veces, sin importarle que estuvieran en plena calle. Había decidido acompañarlo fuera para despedirse allí.

—No sé, supongo que en no mucho. —Sonrió contra sus labios, atrayendo probablemente la mirada de más de uno. —Convenceré a mi padre para que puedas venir más, te lo prometo.

—No es que me tenga demasiado cariño. —Itadori se encogió de hombros, aflojando un poco el agarre. —Cuando le dijiste que me ibas a acompañar me miró muy mal, peor que otras veces, incluso.

Decidieron apartarse, pues el frío empezaba a atravesar sus prendas y había prisa por regresar a casa. Se miraron con ternura, como si decirse adiós resultara extremadamente difícil aquella vez.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora