25. Ambos

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Agarraba la tela de sus pantalones de deporte negros, viendo las lágrimas caer sobre ellos. Sorbía por la nariz sonoramente sin molestarse en ocultar que estaba llorando. Nunca, en ningún momento de su vida, había derramado tanta tristeza por la mirada.

Sin embargo, aquellos surcos salados de su rostro, que empapaban cada centímetro de piel que, en su momento, había recibido besos y bofetadas, eran de felicidad. De la más pura felicidad.

Sonreía torpemente, sonrosado, manchando las mangas de su sudadera oscura, que le quedaba un par de tallas más grande, en sus vanos intentos de limpiarse.

—Asumo que lo quieres mucho. —Comentó su padre, con los ojos fijos en la carretera. —Y que tu relación es sana.

Asintió aunque no podía verle, susurrando una débil afirmación. Sabía que él también había llorado, pues cuando lo había visto en el aeropuerto, yendo a buscarle a paso rápido y feroz, tenía la cara mojada.

—No tienes ni idea de cuánto me costó aceptarlo. —Alcanzó a decir, queriendo llenar el silencio, hacerle saber lo que sentía. —Y él también me quiere, me dice cosas bonitas y me trata bien; siempre ha estado ahí para mí, nos preocupamos el uno por el otro y...

—Ya, tampoco hacen falta detalles. —Lo cortó, intentando mantener su característica coraza, su seriedad. No era capaz de olvidar las palabras de Itadori, que habían calado en él con fuerza y habían arrasado con todo lo que había en su pecho. —Lo sé todo. Me dio una carta para ti, pero se me olvidó dártela y acabé leyéndola.

Megumi se restregó el dorso de la mano por uno de sus ojos de mar, curioso. Se sentía delicado, blando y suave, como flotando sobre algodón.

—¿Una carta? —Cuestionó, observando que el labio inferior de su padre temblaba durante un escaso instante.

En aquel momento supo que había sido él.

Yuuji, su Yuuji de caramelo y chocolate, que adoraba abrazarlo y besarle las pestañas, lo había convencido. Tocó el frío anillo de su anular izquierdo, sonriendo. Sí, había tenido que ser él. Sus palabras derretirían a cualquiera y lo ahogarían en su propio océano de intensos sentimientos.

Se le escapó una pequeña risa nerviosa y se cubrió el rostro con ambas manos, negando, completamente feliz.

—Oye, ¿estás bien? —Toji alargó una mano para ponérsela en el hombro. Si no estuviera al volante lo abrazaría.

—Mejor que nunca. —Sollozó, mirándole con cariño. —Quiero leer esa carta.

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De nuevo entre las mismas sábanas, en ropa interior y con la boca abierta. Las babas cubriendo su mejilla y sus extremidades desparramadas por el colchón en cualquier postura.

Itadori roncaba tras haberse dormido temblando, llorando sin control, pensando en una única cosa. En su bonito Megumi tomando un avión a un país lejano, en Megumi estando completamente solo en otra ciudad, lejos de él.

El retrato inacabado seguía sobre su escritorio.

Medio dormido y con un pie en sueños y otro en la realidad, pudo escuchar algunas voces provenir del pasillo de su casa. No le dio importancia y se movió ligeramente, notando que el cuello le dolía por la postura.

Fue entonces cuando la puerta de su habitación se abrió con poca delicadeza. De repente, algo se lanzó con brutalidad sobre su cuerpo, sin darle oportunidad siquiera a alzar la cabeza.

—¡Joder! —Soltó, abriendo los ojos de golpe.

Sintió el tan conocido peso sobre él, la forma de su cuerpo al instante. Incluso la forma de los labios que besaban su rostro desesperadamente, pequeños besos rápidos, como si se fuera a desvanecer en el aire en cualquier momento.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora