12. Latidos

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Sus manos tomadas con extrema delicadeza, como si tuvieran miedo de sentir del todo el tacto del otro; ambos, sentados sobre la misma cama, mirándose, con la espalda apoyada en la pared azulada.

El escritorio continuaba desordenado, la mochila continuaba en el suelo y, en su interior, el paquete de cigarros que ninguno había tocado.

Itadori tomó la sudadera de su regazo y hundió la cara en ella, con los ojos llorosos de ilusión. Se permitió sollozar ligeramente, como si necesitara soltar toda la tensión que había acumulado durante aquella noche. Apenas salieron un par de lágrimas, pues de madrugada las había sacado todas.

—Mierda. —Oyó decir, a su lado. Recibió una caricia temblorosa y preocupada en su espalda. —¿He dicho algo malo? ¿Estás bien?

Negó y apartó la prenda de su cara, mostrando la felicidad de su mirada, las pequeñas chispas que ardían en ella. Fushiguro por fin entendía lo que eran unos ojos brillantes.

—No, tranquilo. —Aseguró, con el labio inferior temblándole. Sonrió, observando el gracioso color rosado de las mejillas de su amigo. —Es sólo que escucharte diciéndolo me ha conmovido. Sé que ya lo sabes, pero me gustaría repetir que tú también me gustas mucho.

La sinceridad de Yuuji siempre lo abrumaba. Le quitó su sudadera de entre las manos y la arrojó sin mirar, al otro lado de la habitación.

Lo tomó de los costados y lo apegó hacia sí, abrazándolo, dejando, por primera vez, que se recostara contra él de aquella manera. Con la cabeza descansando en su pecho. La postura le era incómoda, sobre todo la pared de detrás, pero cerró los ojos y olió su pelo castaño, tratando también de calmarse. Tal vez oliera a limón.

—¿Y ahora qué? —Susurró, tratando de no pensar en su padre, en su familia. Acarició su espalda con suavidad, temiendo romperle.

—No lo sé. —Rio, toqueteando su pecho y el grosor de la sudadera gris que llevaba. Sabía que le encantaba vestir con ropa cómoda y de deporte. —Tu corazón late muy rápido.

—Estoy hablando en serio, Yuuji. —Suspiró, separándolo al comprobar que ya no amenazaba con llorar. Volvieron a la posición anterior, algo más juntos, notaba su hombro rozando el suyo y sus dedos entrelazarse de nuevo. —Mentiría si dijera que no tengo pánico de esto.

El susodicho apretó los labios, mirándole con atención, intentando adivinar en su precioso rostro alguna señal de que podría negarse a lo que quería decirle. A lo que llevaba meses esperando decirle.

—Quiero estar contigo. —Se cruzó de piernas, como un indio, y le tomó de la otra mano. No le importaba estar con un ridículo pijama de renos y guirnaldas, ni el desorden de su cuarto, lo único que le importaba era él. —Quiero enseñarte lo que es amar, quiero enseñarte que esto es completamente normal.

Fushiguro carraspeó, alzando las cejas, algo nervioso. Le alegraba infinitamente que el chico hubiera recuperado su animado tono de voz de siempre. Miró a su alrededor, buscando alguna salida, tratando de concentrarse en sus confusos pensamientos.

—Pero... —Dudó, siendo imposible no pensar en su padre, en sus estudios, en el hecho de que fuera un hombre. Fue entonces cuando recordó las palabras de Miwa. Sólo tenía que seguir su corazón, aunque no tuviera ni idea de a dónde le llevaría. —Está bien.

Una sonrisa iluminó el aniñado rostro de Itadori, que apretó sus manos y alzó una de ellas para llevársela a la cara e instarle a acariciarle.

—Tampoco te emociones. —Soltó, apartándolas de él y cruzándose de brazos, azorado por tanto cariño contenido. —Tengo mis condiciones.

—Haremos lo que quieras. —Asintió, recordando que, a veces, parecía una pequeña figura de porcelana que podía resquebrajarse de inseguridad.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora