22. Secreto

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—No te voy a mentir, me parece mal que le hayas dado semejante mierda. —Satoru esquivó aquel beso que se dirigía a sus labios y lo miró con severidad, casi frustrado.

Habían dejado a Megumi fumando compulsivamente en el salón, arisco con todo lo que intentara rozarle, temblando.

—No soportaba verlo así, lo siento. —Respondió Tojo, dejándose caer sobre la cama deshecha, tan deshecha como había estado el chico entre sus brazos.

El hombre estiró el cuerpo, cansado, observando las curiosas líneas del techo. Sabía que el adolescente estaba para el arrastre, con aquel hematoma en la mejilla y aquella necesidad de no hablar con nadie, de autoaislarse por mucho que ansiara un abrazo.

—Papá no le dio un teléfono móvil hasta los dieciséis años. —Comentó en voz alta, como si aquello fuera un pensamiento banal. Notó que el otro se sentaba al borde del colchón, aún con el pijama. —Con lo que era yo quien agregaba a la agenda a sus pocos amigos.

Se acordaba, aún tenía en la cabeza la visión de aquel chaval, de más o menos la misma altura que su hermano. El chico que le había preguntado cómo debía tratar a Fushiguro si quería aprender a entender su ansiedad generalizada. Y supo que nunca había visto semejante brillo en los ojos de otra persona. Los de Itadori siempre le habían resultado especiales, grandes, de color bosque, de la madera de los robles, que titilaban de felicidad cuando veía al otro.

—¿Me estás diciendo que tienes el número de su novio y no se lo has dicho? —Su pareja bajó el tono de voz, poniéndole una mano en la rodilla para inclinarse sobre él y entrar en su campo de visión. —¿De verdad?

Podía ver sus preciosos ojos hechos de pedazos de cielo que le derretían siempre en mil pedazos difusos. Asintió, pensando en lo bonito que se veía de aquella forma, con los mechones de pelo blanco disparados en distintas direcciones, pues no le había dado tiempo —y tampoco tenía ganas— de arreglarse y el pijama gris.

—Pero no se lo voy a decir, no hasta que se calme del todo. —Suspiró, alzando una mano para acariciar una de sus mejillas blanquecinas y puras. Aún le maravillaban los colores de su cuerpo albino. —Cuando está así no piensa lo que dice y hiere a los demás sin quererlo. Créeme, lo he sufrido en varias ocasiones.

Gojō se inclinó más sobre él, musitando una afirmación. Si alguien conocía lo que pasaba por la mente del menor de los Fushiguro, ese era Tojo.

Lo besó, apoyándose a los lados de su cabeza, cerrando los ojos, tratando de olvidarse de todo lo que le rodeaba. La sinfonía que debía de componer para el mes siguiente aún no estaba acabada, ni siquiera había llegado a la mitad.

Entre la cálida lengua y una caricia provocativa en su muslo se dio cuenta de la tensión de sus músculos, de la rigidez con la que, minutos atrás, le había tendido el paquete de tabaco a su hermano después de haber luchado por abrazarle, en vano.

Se separó unos centímetros para sumergirse en las aguas de sus ojos. Le resultaban tan profundas, poéticas.

—Lo siento. —Tojo se disculpó, enredando los dedos en el pelo blanco. —Sólo quiero romperle la cabeza. No lo perdonaré, no soy tan bueno como Megumi, no...

De repente, un pequeño suspiro los alertó. Las escasas caricias se interrumpieron y los dos hombres se incorporaron, observando al chico que los observaba desde la puerta.

Tenía la mirada triste, se abrazaba a sí mismo, arrugando un poco la camiseta de pijama amarilla que le habían prestado.

Satoru notó el calor subir a sus mejillas. Algo que odiaba de tener la piel tan clara era aquello, se le notaba demasiado cuando se sonrojaba. No era la primera vez que los pillaba besándose, aunque peores cosas había llegado a ver o escuchar.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora