24. Una carta

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Toji Fushiguro se encerró en el coche. Apoyó las manos en el volante y lo apretó con fuerza, frustrado.

Hacía exactamente cinco minutos que había visto a su hijo adentrarse en el aeropuerto, él solo. El chico se había despedido con un abrazo, conteniendo las lágrimas de dolor e impotencia. Sabía que maldecía por lo bajo, que probablemente lo odiaba con todo su corazón.

Si aquello era así, no lo exteriorizó en ningún momento.

Un te quiero y un adiós, así de sencillo. Así se mataba a alguien por dentro, se cortaban lazos y se agrandaban distancias.

Lo mismo había hecho el día anterior con el insoportable de su novio. Los había vigilado mientras uno ayudaba al otro a hacer la maleta, rozando la mano peligrosamente con Megumi o, directamente, acercándose para darle pequeños besos desesperados en la mejilla sana mientras le miraba como si quisiera devolverle el golpe.

Frunció el ceño, dejando la cabeza caer sobre el volante, aún en el aparcamiento del aeropuerto. Se mordió el labio inferior con fuerza, enfadado con todo el mundo, consigo mismo, con su hijo, con aquel chaval de la sonrisa rota.

Porque recordaba perfectamente que así era como él se había sentido hacía tiempo, demasiado como para poder ubicarlo en un eje cronológico. Se sentía como un fósil al recordar la voz de su madre diciéndole a quién tenía que amar, que tenía que hacer el servicio militar, vestirse como era esperable de un hombre como él. Reconocía aquellos ojos azules, tristes y marchitos, como si se estuviera viendo en el espejo con su yo adolescente.

Y se había preguntado lo mismo, ¿por qué no podía ser feliz, amar? Y había repetido los mismos errores que sus padres al no permitirle a Megumi vivir. Y había...

Veía en el futuro a su hijo, a los cuarenta o cincuenta años, más alto, con alguna arruga y tal vez un par de cicatrices. Veía a su hijo siendo igual de hijo de puta que él. Todo porque no había sido capaz de aceptar que era feliz con otros.

—Joder. —Dejó escapar de entre sus labios.

De pronto, se acordó de algo.

Aquel crío, el tal Itadori, le había dado un sobre para que se lo diera a Fushiguro, ya que no había permitido que ambos se despidieran en el aeropuerto. Se dio una palmada en la frente, maldiciendo de nuevo, lo había olvidado por completo. Su niño se marchaba sin tener su último recuerdo junto a su novio.

Se llevó una mano al bolsillo trasero de su pantalón —no, no había puesto demasiado cuidado al guardarla— y sacó el bonito sobre blanco, cerrado con un asquerosamente cursi corazón, una pegatina que seguramente habría sacado de cualquier libro infantil.

Tal vez debería dejar de maldecir tanto.

La carta ya no tenía un destinatario a quien pudiera dársela. Megumi acabaría en aquel piso compartido, yendo a su tan soñado conservatorio, pero no sería enteramente feliz sin su carta. Refunfuñó en voz baja, rasgando el sobre sin delicadeza alguna, y sacó el papel que había en el interior.

Oía el ruidoso sonido de los aviones despegar uno tras otro, y se dijo que no tenía nada mejor que hacer.

«Mi querido Megumi

Siento que, cuando esté en casa, aburrido, seguiré esperando un mensaje tuyo; creo que mi traicionera mente me dirá que sigues aquí, en la misma ciudad, y que me llamarás cada noche para preguntarme cómo estoy, para hablar de esa mierda de película que vi hace unos días o para, sencillamente, decirme que me quieres.

Esto me es familiar. No te lo he dicho nunca, porque me da mucha vergüenza que lo sepas, pero no es la primera carta que escribo. En el cajón de mi escritorio, tengo las trescientas cartas que nunca te envié por miedo, por terror a tu rechazo, a mancharte y arruinar nuestra amistad.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora