9. Una nube

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Había pensado en hacerlo.

No supo cómo pudo caber en su cabeza la pequeña posibilidad de querer besar a Itadori, a su mejor amigo. Ni siquiera sabía por qué no podía evitar deslizar la mirada por todo su rostro, para después posarse en sus labios, algo más carnosos que los suyos.

Apretó los dientes, tratando de darle más vueltas, tratando de olvidar todo lo que había hablado con Miwa, todos los minutos que había gastado en preguntarse si realmente sentía algo por él. No podía parar de repetir una y otra vez, en su mente, lo que le había dicho, aquello de que no concebía una vida sin él; y, repitiéndose también, todo lo que le había contado, entre abrazos y miradas de aquellas que llevaban estrellas en las pupilas, sobre lo que era amar.

Tampoco sabía si sentirse asqueado.

Fushiguro se revolvió bajo la manta, alzando la cabeza para ver qué era lo que el otro estaba haciendo.

En el escritorio, delante de la ventana, su amigo trabajaba dibujando en una lámina quién sabía qué. Parecía concentrado en su tarea y había apartado todos sus apuntes para dejar desperdigados por la mesa todos los materiales. Sus mochilas estaban en el suelo, contra el mueble o la pared.

Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo, y se incorporó, llamando inevitablemente su atención.

—¿Qué haces? —El chico se giró. Los rayos de luz que entraban por la ventana recortaban su silueta. —¿Quieres que te traiga algo?

—No, estoy bien. —Se tocó la cabeza, comprobando que la fiebre había bajado gracias al horrible medicamento que había tomado. Se sentó al borde de la cama. —No estoy siendo productivo, necesito hacer algo.

Yuuji se levantó al ver que quería hacer lo mismo y se acercó a él, serio, poniéndole una mano sobre la frente.

—No. —Seco, presionó sus hombros hacia atrás, instándole a volver a debajo de la cálida manta. —Tienes que seguir descansando.

—Ni de coña. —Apartó sus manos y se abrió paso hasta el escritorio. Retiró una de las dos sillas, una de ellas sacada de la cocina. —Mi padre sólo me deja faltar a clase si aprovecho el tiempo, no puedo quedarme quieto. Además, tengo cosas que hacer.

Lo oyó suspirar a sus espaldas y lo sintió sentarse a su lado y mirarlo de cerca. Trató de calmarse a sí mismo y a sus rebeldes pensamientos, tal vez la fiebre le había afectado demasiado horas atrás.

—Acaparas todo el escritorio. —Se quejó, retirando un par de cartones con lápices de distinto grosor hacia un lado. Buscó con la vista el paquete de tabaco, pero se percató de que ni eso, ni el cenicero, estaban ahí. —Oh, venga. ¿Dónde lo has escondido esta vez?

—No me hagas tener que llevarte a rastras de vuelta a la cama. —Severo, apretó los labios. Cuando se empeñaba en algo, siempre lo conseguía. —Y no te lo pienso dar, no hasta que te pongas bien, o nunca.

Soltó un bufido de rabia. No le gustaba que le echara la bronca por fumar —aunque, tal vez sí tenía razón y fumaba demasiado—, y mucho menos que tratara de hacerse el responsable.

Se inclinó para tomar aquella mochila roja que el otro siempre llevaba y la abrió a sabiendas de que su cajetilla estaba ahí escondida, sintiendo, repentinamente, sus fuertes brazos tomándole de la cintura y alzándole sin dificultad.

—¡Venga, por favor! —Se quejó, intentando librarse. Se esperaba ser arrojado a la cama con brusquedad, pero fue depositado con cariño en el borde. —Eres un idiota.

—Seré idiota, pero al menos me preocupo más por ti de lo que tú lo haces. —Le tocó la punta de la nariz con gracia, como siempre hacía. Sonrió al ver que cerraba los ojos y los volvía a abrir, frustrado. —¿Puedo quedarme a comer?

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora