18. Lluvia

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Fushiguro bajó las escaleras alegremente, tarareando cualquier canción, con el pelo aún húmedo.

Había decidido ponerse aquella camiseta de licra negra que a Itadori tanto le gustaba, porque se pegaba a su cuerpo y era muy fina, debajo de la ancha sudadera blanca que no hacía tanto que había comprado. Los vaqueros negros, ajustados, delineaban perfectamente sus piernas, siendo un poco más sueltos en la parte inferior, casi al tocar a las botas del mismo color que se pondría antes de salir.

De hecho, tuvo que agarrarse a la barandilla de madera para no caerse. Había deslizado el pie enfundado en un calcetín —de aquellos con estampados absurdos—accidentalmente, de tan rápido que iba. Quedó sentado en la escalera, con los ojos muy abiertos del susto, todavía sujeto.

—¿A dónde vas con tanta prisa? —La curiosa voz del hombre lo alertó y se puso en pie, avergonzado.

Su padre le miraba con una ceja alzada, como si acabara de presenciar alguna chiquillada o tontería infantil. El rosa tintaba de manera graciosa las mejillas de su hijo recién duchado y que lucía tan arreglado.

—A ninguna parte. —Titubeó al contestar, temiendo recibir una negativa.

Se alejó un poco de la nube de humo que exhaló Toji, pues no quería que el olor se quedara impregnado en su ropa y opacara el de su propio perfume. Pasó de largo, yendo del recibidor al amplio salón, y se dejó caer en el sofá, evitando mirar al piano.

Aquello aún dolía.

Sintió a su padre sentarse a su lado, recuperando de la mesa de cristal el libro de cubierta dura y vieja. Vestía de negro, como siempre, como si estuviera en un luto constante; las prendas eran cómodas, rozando la deportividad.

—¿Hay algo que no me estés contando, Megumi? —Las palabras de Toji rompieron el silencio y el tenue sonido de su respiración desordenada.

El chico se revolvió en su sitio, cruzando las piernas para luego volver a la posición inicial, y jugueteó con sus manos, visiblemente nervioso. Aún no era la hora de marchar de casa, ni de lejos, pero habría querido llegar antes que Yuuji.

—No. —Murmuró, mirándole de reojo. El otro no despegaba la vista de las líneas del libro. Tuvo que resignarse a permanecer a su lado por educación. Más tarde se desharía en disculpas por el olor a nicotina de su ropa.

—Entonces deja de comportarte como un crío. —Soltó el hombre, escupiendo las palabras junto al humo. La cicatriz que dividía su boca le daba un aspecto rudo. Suspiró, dando otra calada más al cigarro y pareció relajarse un poco. —Perdona, estoy algo estresado por el trabajo.

Notó que su padre se le acercaba y se quedó tenso, mudo, sin saber qué decir o hacer. No quería acabar apestando a cigarrillos, se acababa de duchar y arreglar para Itadori y lo último que necesitaba era hacer que le diera menos besos por aquel olor, que el chico detestaba.

Tragó saliva cuando un brazo lo rodeó amistosamente por encima de los hombros, recostándole la cabeza contra el hombro de su padre. Cerró los ojos, incómodo, sabiendo que era una inusual muestra de afecto.

Toji siempre intentaba comportarse con él como su hermano solía hacerlo cuando vivían juntos, acariciándole la cabeza sin demasiado éxito, ya que siempre acababa por apartarse. Tal vez por aquella razón, porque era casi inhóspito que intentara conectar con él, intentó calmarse.

—¿Podemos cenar pizza esta noche? —Se atrevió a preguntar, sintiendo que le estrechaba y le acariciaba un costado.

—Hay que comer saludable, chico. —Contestó el hombre, bajando el tono a uno mas paternal. —Pero por una vez no pasa nada.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora