6. Nudo

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—No quiero que te vayas. —Le susurró, rodeando su cuello desde detrás, asomándose para ver lo que escribía en el ordenador.

Fushiguro sonrió, olvidándose por un instante del trabajo que redactaba en el escritorio de su amigo. Notaba su respiración rozando uno de los laterales de su cara aún manchada, provocándole pequeños escalofríos con su cariño.

Le echó un vistazo al móvil para ver la hora. Sabía que su padre le iba a dar una bronca por estar a las nueve de la noche fuera de casa y no quería irse. Guardó lo que había hecho y cerró el portátil, en parte satisfecho por haber sido medianamente productivo a pesar de haberle dado toda su atención al otro.

—Quédate a dormir, como cuando éramos unos críos, venga. —Escuchó a sus espaldas. Itadori tomó la capucha de la sudadera que le había dejado para ponérsela con gracia.

—Sabes que no puedo. —Apretó los labios, algo frustrado. Aprovechó que la silla era giratoria para darse la vuelta y encarar al otro, que se dejaba caer sentado sobre el borde de la cama, justo delante de él. —No pongas cara de cachorro abandonado.

Yuuji hizo un puchero, sintiéndose infinitamente feliz por haber compartido una tarde entera junto a la persona que más quería. Admiró cómo le quedaba su sudadera con la capucha puesta, con los mechones de pelo aplastados por la misma, escapándose por su frente y los laterales.

Ladeó la cabeza, buscando en su mirada algo que le dijera que quería un abrazo, aunque, la verdad, era que necesitaba cualquier excusa para dárselo. Adoraba tanto la manera en que se hacía tan pequeño entre sus brazos.

Adoraba tanto la manera en que se había comportado con él aquel día. Le parecía que había sido más cálido y cariñoso y que no le importaba soportar sus tonterías y sus mimos. Se derretía con cada gesto y cada sonrisa que provenía de su idílico rostro, bañado por la luz blanquecina de la lámpara de mesa.

Deseó que ojalá pudiera ser de aquella manera todos los días, todos los ratos que estuvieran juntos; que siempre estuviera de buen humor, que no fumara y no se estresara.

—¿Vas a dejar de mirarme con tanta intensidad? —Megumi se quitó la capucha y se levantó para tomar su camisa del pomo de la puerta.

—Perdón. —Azorado, fue a apartar la vista, pero decidió observar detenidamente cómo se quitaba la prenda y la sustituía por la pulcra camisa.

Le parecía tan perfecto que podía arrebatarle un suspiro con tan sólo dirigirle la palabra. Le daba la espalda, pero podía apreciar su belleza desde cualquier ángulo, como si fuera una estrella en el cielo. Era esbelto, su piel tenía algún que otro lunar esparcido y podía admirar, al final de su espalda, sus bonitos hoyuelos de Venus.

No deseaba mancharle con sus manos, tampoco destrozar su amistad. Tenía tanto miedo de arruinarlo todo, que acabó por apartar la vista, creyendo que su interior volvía a romperse por enésima vez.

Llegaba a ser extremadamente feliz a su lado, sobre todo cuando estaba tan receptivo a su cariño, pero, al final, acababa por deprimirse al recordar que jamás lo tendría entre sus brazos de otra forma que no fuera la de siempre.

Hacía tiempo que había decidido que no le importaba reservarse a sí mismo, aunque Fushiguro acabara teniendo novia, casándose o teniendo hijos. No se imaginaba al lado de otra persona que no fuera él; lo quería demasiado como para desperdiciar sus primeras veces con otros.

Se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta que su amigo pasara por aquellos sucesos por los que, al final, todo el mundo acaba pasando. El primer amor, la primera cita, el sexo y similares, mientras él se resignaba a mirar.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora