Dia 20: Armitage y la evasión de Rose

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El pelirrojo se sentía avergonzado consigo mismo. Parecía un maldito un acosador y un loco y sabía que nada justificaba lo que estaba haciendo, pero notaba a Rose muy extraña. Desde hacía días lo estaba evitando.

Ya lo había dejado plantado dos días antes y a toda invitación que él le hizo posterior a eso, le contestó que no podía porque tenía trabajo.

Las inseguridades le afloraron, muy a su pesar, al grado de ir a ocupar una mesa del café Takodana todo el día, esperando a que saliera de trabajar.

— ¿Otro café? —se acercó la jovencita castaña, Rey, que había conocido días antes fuera de la estación de policía que ahora vigilaba. Para su sorpresa, ella atendía ese café en lo que encontraba trabajo de su rubro.

— No, me voy a romper los nervios si tomo otro más —contestó sin despegar la vista del edificio. Ya se había tomado unas cuatro tazas y estaba sintiendo los estragos en la leve taquicardia de su corazón por la cafeína.

— Oye, lamento si me estoy metiendo, pero... ¿no sería mejor preguntarle? Deberías confiar en ella. Por lo que me cuentas, Rose es una buena persona, no creo que te esté diciendo mentiras.

— Es una buena persona, pero... eso no quita que quizás esté arrepintiéndose de estar conmigo.

— ¿De verdad lo crees? Pero si aceptó salir contigo y te fue a buscar —reflexionó Rey, a la cual ya le había contado parte de su relación con Rose, ya que llevaba ahí varias horas.

— Puede que sea mi fama de escritor.

— Oh vamos, no lo creo, y sé que tú tampoco. Luces muy enamorado y apuesto que ella está igual.

— No lo sé... ya lo estoy dudando.

— A ver Armitage, cálmate un poco —lo regañó sentándose frente a él—. Estoy segura de que Rose le está poniendo todo el empeño al caso de tu madre y por eso ha preferido seguir trabajando a verte. Es 20 de diciembre, en unos cuatro días se va a calmar todo, cerrarán oficinas y ella seguro quiere adelantar trabajo. Te aconsejo que vayas a casa y continúes escribiendo ese hermoso libro del que me has hablado, le va a encantar y a mi también.

— Rey... no puedo. Necesito verla y hablar con ella —admitió, bastante triste. Estaba imaginando lo peor.

— No está bien lo que haces... esto de espiarla, y ya sé que el General de la primera orden lo hizo con la chica de la resistencia, y eso fue quizás romántico... quizás —se detuvo la castaña a pensarlo bien—, pero esto no.

Hux se puso de pie sin previo aviso e ignorando a la jovencita pues distinguió a Rose saliendo del edificio abrigada hasta el cuello.

— Armitage...

— Me dijo que iría a casa saliendo y se va del otro lado... no puedo, tengo que saberlo —el joven escritor sacó un billete del pantalón y lo dejó sobre la mesa con prisa—. Te llamaré para contarte y si todo sale mal...

— No va a salir mal —aseguró Rey con dulzura. Armitage quería creerle y aferrarse a las palabras de su nueva amiga.

— Rey, si todo sale mal... ¿puedo llamarte? No me malinterpretes, no tengo amigos, bueno mi editora es la única, pero está de viaje y voy a necesitar que alguien me escuche —era la primera vez que él pedía ayuda en voz alta, así de desesperado se sentía.

— Llámame, pero te aseguro que irá bien —asintió ella.

*

El escritor salió del café y tiró de su bufanda para cubrirse mejor. El frío calaba sus huesos, justo como la indiferencia de la joven policía. Caminó dejando una cuadra de distancia entre ellos por si a Rose se le ocurría voltear. Parecía que llevaba mucha prisa.

La siguió así atravesando el parque central de Coruscant y sin quitarle los ojos de la espalda. Tenía que admitir que sentía miedo de que lo descubriera y sobretodo de descubrir a donde iba ella.

Quizás se arrepentía de estar con él, quizás esos días que estuvieron juntos no fueron lo que ella esperaba... quizás estaría enamorada de alguien más. Sabía que estaba mal pensar así, pero no podía evitar ser pesimista.

Detuvo sus desesperados pensamientos cuando la vio entrar a una tienda. Apresuró el paso y cuando estuvo frente al lugar se dio cuenta de que se trataba de una repostería.

Se sintió mal en ese momento por haberla seguido. Ese era el lugar donde Rose compraba la tarta de manzana que tanto le gustaba y que le recordaba a su madre. Seguramente había acudido ahí para darle una sorpresa. Había sido un completo idiota.

Decidió entonces esperarla ahí a un lado de la puerta para sorprenderla, por supuesto que le contaría lo que había hecho y le pediría perdón. Ella lo entendería, estaba seguro.

Se quedó ahí parado, calmando su corazón y sus ansias, inhalando y exhalando hondo. Sin embargo, cuando pasaron veinte minutos y la jovencita no salió. Los miedos regresaron y decidió que era hora de saber por qué tardaba tanto comprando una simple tarta.

*

Rose aguardaba sentada en la única mesita que tenía ese lugar, ya que más que un café, era un lugar de postres y galletas para llevar y no para consumir ahí. Tenía esparcidos los documentos de la carpeta de investigación que había sacado sin permiso de la estación de policía y que estaba compartiendo con Mara para ayudarle a entender el asunto de su desaparición. La señora pelirroja había entrado a la cocina por un momento pues debía sacar la tanda de galletas de mantequilla en forma de gatitos del horno.

La puerta del negocio se abrió y ella alzó la cabeza para indicarle a la persona que la dueña estaría de vuelta pronto para atenderle, cuando se topó con la cara seria de Armitage.

— ¿Arm? ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella, sorprendida.

— Eso es lo que yo quería preguntarte. Actúas muy rara desde hace días...

— No sé qué estás pensando, pero todo tiene una explicación —Rose se puso de pie y se acercó hasta su consternado joven.

— Rose, puedes decirme lo que sea, incluso si ya no quieres esto, lo voy a entender —le aseguró triste.

— No es nada de eso, lo juro, es que... no podía decirte aún —le tomó de las manos que estaban frías.

— ¿De qué hablas?

Sin embargo, la respuesta no llegaría de los labios de Rose.

— ¿Taggie?

Armitage volteó reconociendo el diminutivo cariñoso que hacía años no escuchaba. Sus ojos azules se abrieron cuando distinguió a esa hermosa mujer de piel pálida, ojos verdes y cabello pelirrojo amarrado en un chongo, que llegaba tras él.

Instintivamente miró a Rose que tenía lágrimas en sus ojos negros y le apretaba las palmas con fuerza. Su novia le asintió, contestando esa pregunta que él no había pronunciado.

La repostera se acercó a él, lentamente como si tuviera miedo de asustarlo o de que saliera corriendo, pero él no iba a hacer algo así, porque no podía, estaba paralizado ante ese rostro que había visto en sueños desde que se marchó de casa y nunca la volvió a ver. Aquel era un milagro. Uno precioso que sólo la vida, Rose y la navidad pudieron haberle dado.

Mara acortó la distancia con él y sostuvo su rostro con sus manos cálidas. En los ojos verdes de ella vio la confusión, las lágrimas, el dolor... la sorpresa. El cúmulo de sentimientos estallar, los recuerdos también...

— E-Eres... e-eres tú —susurró con la voz cortada—, hijo...

— Mamá...

Armitage rodeó a la mujer para abrazarla con fuerza. Sentirla y permitirse llorar de alegría a su lado era una sensación indescriptible. Enterró su cara en el cuello de su madre y el aroma que aspiró era uno que reconocía. Era ella, la había encontrado.

El escritor se enderezó buscando los ojos de Rose que era testigo silenciosa de ese encuentro. La mano que posaba en la espalda de Mara se despegó para alargársela a ella... a esa hermosa mujer que no descansó para que encontrara a su madre y que conquistó su corazón. Rose inmediatamente se la tomó. Sabía que él no podía hablar en ese momento pues estaba preso de la emoción, pero con ese lindo gesto le estaba dando las gracias.

Last ChristmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora