Buscándome la vida

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CUATRO AÑOS ANTES

TOC TOC TOC

Me levanto sobresaltada por la llamada a mi puerta. Me cuesta un rato ubicarme y saber dónde estoy.

TOC TOC TOC

Vuelven a llamar y contesto antes de abrir.

–  Sí?

–  fille silencieuse?

Abro la puerta al grandullón porque por su voz y su forma de llamarme no me cabe duda de que es él.
Aún no me fío del todo de Vladimir, así que dejo la puerta abierta por si tengo que salir corriendo de aquí. No me culpéis, la vida me ha hecho ser muy desconfiada.

– ¿Qué tal has dormido?  –  me pregunta sonriente.

–  Bien.

–  Ya veo que te has podido duchar. ¿Ayer no parecías tan pelirroja? –  sonríe sentándose en el borde de mi cama, que por supuesto ya tengo hecha. Otra bonita enseñanza católica de Linne. Estaba prohibido salir de tu cuarto sin dejarlo impecable. 
Si pasaba Sor Flavia y había la más mínima arruga en la colcha, te castigaba a hacer la colada de todo el monasterio una semana. Y os aseguro que lavar calzones de frailes a mano no era para nada agradable.

– ¿Qué plan tienes ahora?  – me pregunta Vladimir.

Me encojo de hombros. Realmente llevo 15 días sin tener ningún plan en concreto. Me he dejado llevar y como no puedo seguir mi marcha rumbo a Ibiza, supongo que tendré que conseguir dinero de alguna manera para sobrevivir.

Estoy acostumbrada a estar sola, a no tener apoyo ni sentirme querida por nadie, pero nunca me había faltado comida ni una cama donde dormir y estaba preocupada. Pero ni por un segundo me arrepentía de haberme escapado de Linne.
Cuando mis padres me dejaron allí a los 7 años, me dijeron que volverían en 15 días, que era un campamento en el que me dejaban porque tenían que trabajar y no podían cuidar de mi esa quincena. Me prometieron que después volverían a buscarme y nos iríamos todos de vacaciones a Grecia.
Pero 10 años después yo seguía allí. Habían destrozado mi infancia y mi adolescencia, y por consiguiente mi vida entera.

–  No tienes plan, ¿no? –  Vladimir me mira mientras me encojo de hombros mirando al suelo – ¿Por cierto, me vas a decir tu nombre en algún momento?

–  Kimberly – le miento porque ya os digo que no me fío ni de mi padre. Es más, mi padre es la persona en la que menos confío del mundo. Él fue quien me prometió que volvería a por mí.

–  Muy bien, ya se algo más – dice contento – Arréglate y te invito a desayunar, ¿vale?

El grandullón no me da oportunidad a contestar y sale de mi cuarto cerrando la puerta a su paso.

Tanta amabilidad me hace desconfiar aún más. Todo el mundo que conozco y que ha sido amable conmigo siempre buscaba algo de mí.
Y en la mayor parte de las ocasiones era sexo.

Pero él no me mira de esa manera con la que me suelen mirar los hombres. Aun así, iré con cuidado, pero no me puedo dar el lujo de rechazar un desayuno, a saber, cuándo me puedo volver a llevar algo a la boca.
Cuando el único dinero que tienes en tu miserable vida, son 50 euros aprendes el valor que tienen, y tengo que sopesar mucho en qué me los gasto.

Me visto, recojo la ropa que lavé anoche en el aseo, y como ya casi está seca, la meto en mi gastada y vieja mochila de cuero marrón.

Cuando salgo Vladimir está hablando con la dueña de la pensión en la cocina. Me ven llegar y Vladimir se levanta despidiéndose de la señora que ayer tenía rulos, pero hoy luce un peinado bastante aparente.
  –  Después volvemos, bajamos a desayunar al bar de la esquina – la informa el hombre grande.

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