El cumpleaños

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– Buenos días Anastasia – digo a la señora Patchencov.

–¿Buenos días? Tendrás vergüenza de decirme "buenos días" a las 3 de la tarde. ¿Y a estas horas qué quieres desayunar o comer? – dice poniendo sus brazos en jarra y mirándome con la cabeza ladeada.

– ¿Qué hay de comer?

– Kletski* con cebollas asadas.

– Mmm, huele delicioso. Me voy a tomar solo un café para despejarme y en un rato pruebo esa delicia.

– Vaya mezclas que haces, hija. Está claro que tienes un estómago a prueba de bombas.

– No sabe usted el estómago que tengo – bromeo con dobles intenciones riendo, y ella me tira a la cara el trapo que tenía apoyado en el hombro, con una clara expresión de espanto.

– ¿Y Vladimir?

– Ha comido temprano y me ha dicho que se iba a echar otra vez para descansar para esta noche.

– Por fin ha llegado el día. No sabes las ganas que tengo de darle el regalo– digo emocionada dando palmaditas de alegría.

– Seguro que le encantará, esta vez te has pasado – dice su madre con esa cara dulce, pero a la vez de regañina.

Esa es su especialidad, es de las típicas madres protectoras y extremadamente cariñosas y pegajosas. Aunque a la vez es seria e inflexible cuando tiene que serlo.
Cuando me compré esta casa, Vladimir se vino a vivir conmigo. Y al poco tiempo, volvió su madre de Belgrado para quedarse a vivir en Paris. Sus padres, los abuelos de Vladi, habían fallecido y quería estar cerca de sus hijos. El grandullón me dijo que le tenía que buscar una habitación a su madre, porque ésta no quería quedarse a vivir en la casa de sus cuñados. Y cómo mi casa es grande, me parecía absurdo que con todo lo que había hecho por mí el gigante de la guarda, y con habitaciones de sobra en mi casa, dejase que su madre durmiese en una habitación alquilada, compartiendo piso con a saber quién.
Así que le dije que se viniese a vivir con nosotros. Ella dijo que ni de broma, no me conocía de nada, pero finalmente accedió a quedarse aquí sin pagar nada, a cambio de trabajar en mi casa haciendo las tareas del hogar. A mí no me pareció mal porque ya pagaba a una chica que venía a echarme una mano, esta casa es muy grande. En todo caso yo siempre que me lo permite le pago algo aparte, porque es que nos tiene a cuerpo de rey, o reina en mi caso.

Mientras me tomo el café imagino cómo será el momento en el que le dé el regalo a Vladimir. Estoy nerviosa. Además, es una persona tan agradecida, que estoy deseando verle la cara. Todos estos años desde que conozco a Vladimir siempre he sido bastante generosa en sus cumpleaños. Cada año dentro de mis posibilidades, por supuesto. Prueba de ello es que este año que me ha ido tan bien en "mis negocios" le voy a hacer el mejor presente desde que le conozco. Creo que va a alucinar y además no creo que se lo espere.

Lo va a flipar.

De la misma manera él también me regala siempre algo el día de mi cumpleaños. Bueno, para ser sinceros, el primer año no me lo regaló porque no sabía cuándo era y tampoco le dije nada durante todo el día. Pero después un día, de rebote, averiguó la fecha, y desde entonces, nunca me ha faltado un buen regalo de mi grandullón.

Mientras bebo el café, vibra mi móvil.
Según veo quien es automáticamente pongo los ojos en blanco, respiro hondo y me veo obligada a contestar.

– ¿Qué tal Tadeo?

Al escuchar mi tono de coqueteo, Anastasia hace una mueca y sale de la cocina. Me conoce bien, y sabe que esa voz que pongo significa trabajo.

– Necesito verte.

– Hoy no puedo, de verdad. Tengo un asunto personal, y me va a ser imposible, mi amor. – le digo con una falsa pena.

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