Descubriendo al lobo

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– Buenos días.

– Buenos días – contesto a Aleksei mirándole fugazmente.

–  He hecho tostadas. Están ahí – dice señalando un plato a un lado de la cocina.

–  Gracias.

Mientras me preparo el café, noto la mirada de Aleksei sobre mí, sin embargo, no me dice nada.
Estoy segura de que se arrepiente de lo que pasó ayer. Bebimos mucho alcohol y seguro que ese fue el único motivo por el cual me besó.

En cuanto termino de preparar mi café me siento en mi sitio habitual de la barra, justo enfrente de él. Aleksei ya ha terminado de desayunar y me mira con descaro. Yo no me atrevo a levantar la vista, me muero de la vergüenza. De alguna manera fue mi culpa. Ayer le provoqué agachándome con sensualidad delante de él, jugando con el "menos lobos...". Me siento culpable, si estuviera en el orfanato hoy me pasaría el día flagelándome por esto.
Y no digo lo de flagelarme de manera figurada, los frailes me enseñaron a castigar mi cuerpo cuando tenía algún tipo de pensamiento impuro o me portaba mal. Y de verdad que eso me hacía sentir mejor. Mientras las heridas de mi espalda dolían y sangraban, mi pecho se liberaba de la presión y la culpabilidad. Sentía que me merecía ese dolor.

Mi compañero de piso suspira al ver que ni siquiera le miro y, después de dejar su taza en el lavavajillas, se marcha de la cocina.

Durante toda la mañana no volvemos a cruzar palabra. En la cocina del restaurante mis compañeros hablan sobre la fiesta de ayer y aunque no participo directamente en las conversaciones me río de las gracias que hacen. Charly incluso bromea lanzándome indirectas sobre la supuesta coincidencia de mi disfraz con el del jefe. Pero yo decido hacerme la tonta, al fin y al cabo, se me da muy bien desempeñar ese papel.

En medio del servicio de comidas, Kike pasa a por unos platos que yo estoy terminando de preparar.

– ¿Qué tal?

– ¿Bien, y tú? –  digo agitando el sifón y viendo de reojo como Aleksei entra en la cocina.

–  Con un poco de resaca y con dolor de oreja.

– ¿Dolor de oreja? –  pregunto divertida alzando la vista.

–  Los pendientes de pirata de ayer, que pesaban muchísimo y mira cómo me ha dejado las orejas. –  Kike se acerca a mi para que las pueda ver mejor y de refilón me fijo en cómo Aleksei aprieta la mandíbula.

–  Si, es verdad, las tienes rojas. –  digo sonriéndole.

–  Oye, ya que ayer al final no pude acompañarte, te apetecería....

–  KIKE!!! –  Aleksei interrumpe su frase – En la mesa cuatro están esperando esos platos, por favor, ¡¡sed ágiles!!

Kike y yo nos miramos alzando las cejas por la sorpresa que nos ha ocasionado la regañina del jefe y rápidamente nos centramos en terminar los platos.
Mientras vuelvo a mis tareas de la cocina y pongo en marcha dos lavavajillas intento entender qué ha sido eso. Aleksei nunca suele alzar la voz en la cocina, de hecho, hasta Charly se ha encogido de hombros mirándole sin entender nada cuando éste ha gritado a Kike.

Cualquiera diría que está celoso.
Lástima que eso no sea posible. Después de besarme ayer ni siquiera me ha vuelto a hablar, está claro que se arrepiente. Es cierto que yo tampoco lo he hecho, pero él ni siquiera lo ha intentado.

A mediodía todos se van y yo salgo a correr un rato. Necesito despejar mi mente y expulsar de mi cuerpo todas esas toxinas que acumulé en la fiesta de anoche. Kike y Aleksei se han ido juntos a por sus coches, ya que ayer los dejaron aparcados cerca del local de la fiesta. Y el resto de compañeros supongo que estarán comiendo y descansando en sus casas hasta que comience el turno de cenas.

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