20. Asumir las consecuencias

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Después de pasar la noche con Kareem nos despiertan las llamadas incesantes a su móvil.

– Joder, qué pesada es la gente, no?

El futbolista aparta con cuidado mi cabeza, que aún seguía apoyada en su pecho, y estira su brazo para coger el móvil que no para de vibrar.
Levanto la vista para ver su pantalla y cuando lo desbloquea veo de refilón que tiene 123 llamadas perdidas y ya ni siquiera aparecen las notificaciones de WhatsApp que tiene pendientes de leer.

Me incorporo para coger el mío y la diferencia entre nuestras vidas es abismal. Dos mensajes pendientes de leer, y los dos son de Vladimir, en uno me dice Hola y en el otro me pregunta si voy a ir a comer.
Contesto para que sepa que estoy viva y que lo he leído, pero como ya es algo tarde le digo que no me esperen para comer. Ellos están acostumbrados a comer pronto. Ya comeré yo algo cuando llegue.

Vuelvo a girarme hacia Kareem. De repente le noto algo tenso y escribe en su móvil de manera compulsiva.
Tengo confianza con él, pero no la suficiente como para preguntarle por lo que le ocurre, así que decido dejarle un poco de intimidad y camino desnuda hasta el aseo.

Observo el cuerpo que me devuelve el espejo del baño. A veces he pensado en operarme los pechos porque no los tengo muy grandes. Hubo una época en el convento, cuando me dominaba la ansiedad, que me metía atracones a comer en la despensa de las cocinas y engordé bastante. Ahí sí que tenía unas buenas tetas. Lástima que al adelgazar ellas fueron las primeras en desaparecer.
Ahora tampoco es que esté plana, tengo unas tetas normales, pero comparando con el resto de las compañeras... Yo diría que más del ochenta por ciento están operadas, pero no por ello las que no lo estamos tenemos menos clientes. Hay gente para todo. Muchos de ellos incluso me han dicho que mis tetas naturales me hacían parecer una menor. ¿Se puede ser más guarro y pervertido?

En fin.

El caso es que con estas tetas que Dios me ha dado me encuentro ante el dilema de mi vida.

Tengo a dos tíos, para mi gusto bastante guapos, cada uno en su estilo. Exitosos e independientes, evidentemente también cada uno a su nivel. Pero el caso es que a ambos les gusto yo. Yo, la Samantha de verdad, la niña abandonada por sus padres en un orfanato de Gales.

Me miro de nuevo a los ojos a través del espejo y niego con la cabeza.

"No Samy, no te engañes. Ninguno de los dos quiere a la Samantha de verdad".

Aleksei no conoce la Samantha que soy ahora. La niña pelirroja que él conoció ya no existe. Ya no existe la niña que no sabía ni lo que era un móvil, ni el bluetooth, ni wifi, ni había visto en su vida la peli de Regreso al Futuro. Esa inocencia la había perdido. La perdí el día que empecé a trabajar de puta. Vale que nunca ejercí en la calle, y vale que el sueldo que empecé ganando en una noche era lo mismo que ganaba todo el mes en el restaurante. Nunca fui una puta barata, y aunque nos llamen Escort, al fin y al cabo, somos putas. Cobro por acostarme con tíos, qué más da la cantidad de dinero que sea.

Supongo que mi infancia llena de abusos me ha hecho superar esto más fácilmente. He crecido con ese poder de evadirme y llevar a mi mente lejos, muy lejos de mi cuerpo.

Y Aleksei no lo sabe, todo esto no lo sabe. Ya no me conoce, ya no sabe quién soy.

El problema es que he llegado a un punto en el que ni yo misma sé quién soy. Hace dos meses estaba muy segura de qué era lo que quería. Mi coraza no permitía que nada me hiciera daño ni me afectara.
Pero primero con el cariño y la dulzura con la que Kareem me trataba últimamente y después la reaparición de Aleksei han fundido esa coraza de hierro y ahora por más que lo intento ya no soy capaz de volver a ponerla.

Escort en París ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora