A la rivé

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CUATRO AÑOS ANTES

Después de superar la primera impresión de conocer al bello hermano de Vladimir. Nos sentamos los tres en las modernas, pero sorprendentemente cómodas sillas del restaurante.

Tras servirnos un café, Aleksei se sienta al lado de su hermano y ambos me observan. A pesar de la distancia el perfume de Aleksei me llega perfectamente. Su aroma es embriagador.

En estos momentos siento una incomodidad extrema, nunca me ha gustado ser el centro de atención. Estoy por salir corriendo de aquí. Lástima que el cerrojo de la puerta esté echado y las llaves en el bolsillo del dueño.

– Samantha, ¿cuántos años tienes?

Rasco mi nariz y levanto la mirada hacia esos ojos azules que me miran profundamente esperando a que conteste.

– Diecisiete.

Aleksei levanta las cejas y mira a su hermano.

– Pero pronto cumples los dieciocho, ¿verdad? –  me dice Vladimir intentando quitarle importancia.

Yo asiento.

– A ver Samantha, yo no te voy a engañar. Al tener esa edad no te puedo hacer un contrato a tiempo completo, únicamente podría hacerlo en concepto de aprendiz. Y el sueldo no sería muy bueno.

Asiento, haciéndole ver que lo entiendo perfectamente, pero sin emitir sonido.

– ¿Tienes algún tipo de experiencia en cocina?

Asiento.

– No hablas mucho, ¿verdad? ¿Entiendes bien francés? Eso es lo más importante, porque no entender bien a tus compañeros en una cocina puede llegar a ser un gran problema.

Me temo que si quiero conseguir este trabajo, tendré que dejar a un lado la vergüenza y hablar un poco más.

– Si, entiendo y hablo perfectamente el francés. Y también tengo experiencia en cocina, me he pasado casi toda la vida trabajando en la de un monasterio de Gales.

Digo todo de carrerilla y sin mirarlos, para no acobardarme y tartamudear.

– Vaya, sí que sabes hablar. – Aleksei muestra sus blancos y alineados dientes al sonreír.

Se encoge de hombros y mira a su hermano.

– Pues como vienes con mi hermano, y por alguna extraña razón él ha insistido mucho para que te contrate, si te parece déjame tus datos personales y mañana vuelves, firmas el contrato y comenzarías ya a trabajar, ¿te parece?

Asiento.

– Perfecto, pues mañana a las diez en punto nos vemos entonces.

– Genial! – Dice Vladimir levantándose y mirándome orgulloso.

Yo lo de este grandullón sigo sin entenderlo bien. ¡Qué ansias por ayudarme, y que efusividad!

Aunque aún tengo la mosca detrás de la oreja, me temo que no tengo más remedio que fiarme de ellos. Mis 50€ no van a ser eternos, y tengo que buscarme la vida. Al fin y al cabo, llevo dos días durmiendo y comiendo a su costa.

Después de dejarle una copia de mi pasaporte a Aleksei, me atrevo a hablar de nuevo y le doy las gracias por esta oportunidad.

Tras una breve conversación de los hermanos en la que acuerdan hablar por teléfono más tarde, Vladimir y yo salimos del restaurante.

Ha comenzado a llover a mares y pegamos nuestros cuerpos a la cristalera del restaurante.

– ¿Quieres que te deje en la pensión de nuevo? – me dice Vladimir mientras se pone la capucha echando un vistazo al reloj de su móvil.

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