Capítulo 17

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16 AGOSTO 2020

Anne

Hoy era el cumpleaños de Gillian. Recuerdo haberle prometido a Gilbert un concierto para ella, para que pudiera pasar su cumpleaños feliz y acompañada, pero ya no podía participar en ese concierto. Estoy segura de que las chicas no podrán alguna objeción para hacerle el concierto a esa chica que es nuestra mayor fan.

Bueno, ahora era fan de ellas, porque yo ya no pertenecía a esa banda.

Sweet Hell dejó de tener cinco integrantes y ahora solo tienen cuatro.

Que bueno que Ruby cante y toque la guitarra, puede tomar perfectamente mi lugar.

Y si era ella quien me reemplazaba, me sentía mejor, aun más al ver su sonrisa agradecida. Perdí un lugar en la banda que ayudé a formar, pero gané que una victima pudiera ver a su victimario tras las rejas y que esa victima empezara a sanar todos los traumas.

No, no iba a ser fácil para la pequeña rubia, pero confío en ella. Es fuerte. Aguantó años de abusos sola. Es valiente.

Es una gran chica que no merecía lo que le pasó, pero que cada golpe, cada daño, la hicieron ver con otros ojos la vida. Ruby es el ser humano más tierno, alegre y sereno, incluso después de todo lo que ese hijo de puta le hizo.

Es admirable.

Es simplemente una sobreviviente.

Sonrío con nostalgia al recordar su expresión agradecida. Ni siquiera mi sueño por tener una banda logró conmover tanto mi corazón y es que, dios, se siente bien haber ayudado a alguien que lo necesitaba.

Miraba mi guitarra, esa fiel compañera. La tomé en mis manos y empecé a tocar notas al azar. Quería desahogarme. 

No era justo que por hacer justicia, el coordinador de la batalla de bandas quisiera verme fuera de la banda. No, no lo era. No era para nada justo.

Sin embargo, no iba a pelear. No, ¿quién sabe lo que pasaría? Puedo dar pelea para quedarme en la banda y eso podría arruinar los sueños y planes de mis amigas. No haría tal cosa.

No puedo. Prefiero que vayan ellas antes de que no fuéramos ninguna. Quiero verlas triunfar. Quiero verlas dándole una paliza a todas esas bandas contra las que batallarán.

Y de todos modos, quería esconderme en un rincón de mi habitación y llorar hasta que no me queden lágrimas.

Me sentía como si me hubieran quitado una parte de mi. Y así fue. Esa banda era uno de mis motivos para levantarme todas las mañanas. La que me acunó en sus brazos cuando estaba en mi etapa del desamor. La que estuvo conmigo desde los quince años.

Dioses, la extrañaría un montón.

Esa banda era parte de mi alma.

Dejo la guitarra a un lado y me recuesto en la cama, cerrando los ojos. Sé que si no me calmo, puede que pasen dos cosas.

1.- Voy a romper lo que sea por el enojo.

2.- Voy a romper lo que sea por la tristeza.

De todas maneras se romperá algo.

Pero el recuerdo del último concierto, me pone la piel de gallina.

No éramos seis chicas —contando a la diosa de Prissy—, abrazadas en el escenario. Éramos más de cien chicas llorando, sintiendo empatía por la otra, sororidad y amor por alguien que quizá no conocíamos. Nuestras fans abrazaron a otras fans sin siquiera conocerse. Sin importar el color, la religión, la orientación sexual ni nada que causara división.

Éramos una marea de chicas que podían sentir nuestro enojo, nuestra rabia, nuestra furia, nuestra sed de justicia. Y éramos un fuego que cada vez se hacía más grande. Un fuego que gritaba "¡Justicia!", y no solo por Ruby, si no que por todas aquellas que sufren en silencio, por todas aquellas que silenciaron y por todas aquellas que ya no están.

Por todas las que mataron, por todas las que violaron, por todas las que fueron abusadas.

Éramos chicas de distintas edades, distintas clases sociales, distintos mundos, pero que pedíamos lo mismo.

Respeto.

Justicia.

Dos conceptos que no deberíamos pedir, pero que lamentablemente tenemos que exigirlos. Dos conceptos con los que todo el mundo debería ser educado.

Éramos chicas que aún sin conocerse, podían extenderse la mano y ayudarse, por el simple hecho de ser mujer y de haber vivido toda su vida nadando en contra de la corriente machista. Nadando en contra de un patriarcado que SÍ existe.

Y todo eso era hermoso, porque nos apoyábamos. Todas llorábamos porque una de nosotras —y muchas más—, pasaba por una situación difícil en la que ella no tenía la culpa.

Siento una lágrima deslizarse por mi mejilla, y dejo que caiga. 

Esta lágrima no se compara a todo lo que lloró Ruby durante todos esos años. No.

Empecé a escuchar unos gritos desde afuera del hotel, en la calle, pero no me levanté a ver que era. Quizá venían las distintas bandas para ya inscribirse en la batalla de bandas. El hotel en el que estábamos las chicas y yo estaba al lado de su cede.

Pero mi puerta se abrió y entraron mis amigas.

—Ve por la ventana —dijo Diana, sonriendo.

Me fijé en que los ojos de las cuatro estaban brillosos, cristalizados, como si fueran a llorar en cualquier momento. Aun así me levanté y me acerqué al gran ventanal, suspirando.

Y lo que vi me dejó atónita.

Era una marea de chicas y chicos con carteles que decían mi nombre, fotos mías y frase distintas. Todos gritaban a coro las mismas palabras.

—¡Si Anne no está, batalla de bandas no habrá! 

Pude distinguir a lo lejos a una chica de cabello rizado que tenía un megáfono y a su hermano al lado, con un gran cartel que tenía mi rostro impreso. Gillian y Gilbert encabezaban esa manifestación, como los líderes de un gran ejercito.

—No van a dejar que salgas de esta banda, Anne —susurró Josie, apretando mi mano.

—Ellos piensan que sin ti, la batalla no tendrá sentido. —Jane apoyó su mentón en la curvatura de mi cuello y hombro, abrazándome—. Y tienen toda la razón.

—No vamos a participar sin ti —musitó Ruby, apretando mi otra mano.

—Después de todo, eres el motor, el alma de esta banda, Anne. —Diana señaló a la multitud—. ¿Los ves? Ese es un montón de gente que vino por ti, porque tú hiciste justicia por Ruby y ellos harán justicia por su ídola.

Las lágrimas caían por mis ojos como cascadas, y es que no me importaba. ¿Cómo me iba a rendir yo, cuándo ellos se habían presentado aquí solo para apoyarme?

No, no podía.

—Hay un espectáculo que dar —susurré, sin dejar de mirar a la multitud—. Vamos a participar en esa maldita batalla sea como sea. Y lo juro como que me llamo Anne Shirley-Cuthbert.

𝑽𝒆𝒓𝒂𝒏𝒐 (𝑨𝒏𝒏𝒆 𝒙 𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora