XXI

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Desconozco el día, hora y lugar de donde me encuentro. La única ventana en la habitación está cubierta por una manta de cuadros roja que crea sombras de color iluminando trazos de suelo y pared.

No es mi casa, y tampoco es el apartamento de Heros, el mafioso que se niega a dejarme sola. ¿Y por qué debería? Fui yo quien buscó su ayuda. Tal vez sea hora de enfrentar las consecuencias, no podré ver a mi madre, no hasta que mate a quienes buscan venganza.

Lo último que recuerdo antes de desvanecer en sus brazos fue el dolor que el disparo causó en mí. Fui estúpida al salir de esa ventana, lo sé. Pero la sensación de adrenalina que recorrió cada centímetro de mi piel será inolvidable. Nunca me había sentido así... a excepción de cuando estuve con él en el bosque.

Estoy segura ahora, la excitación que el peligro provoca es algo prohibido, si pruebas demasiado de ello te vuelves adicto, y olvidas quien solías ser.

¿Quién era yo antes de conocerlo?

Una chica de diecinueve años con una madre enferma, con aspiraciones y sueños inalcanzables, emocionalmente inestable y navegando en caminos oscuros e ilegales.

Sigo siendo todo eso. La diferencia radica en el interior. Lo siento. Mi esencia no es la misma, quieren acabar conmigo porque trate de defenderme, esquive la muerte cuando los hombres de Ricky entraron aquella noche en La Cueva, cargo con la muerte de personas inocentes, luché, soy impulsiva, descuidada y una mentirosa.

¿Merezco estar lejos de mi madre? Sí. Ella está mejor sin mí. Con la enfermera y las personas que Heros mandó a vigilarla, estará a salvo.

Logro sentarme como puedo en la cama y las sábanas se hunden bajo mi peso. Suelto un quejido de dolor y aprieto los puños. Siento como las lágrimas ruedan por mis mejillas. Las limpio con fastidio. ¡No puedo llorar por esto!

Es mi culpa.

El dolor es demasiado, es como si estuviera siendo electrocutada en el abdomen, mi piel se estira y rayos de dolor me obligan a cerrar los ojos y ver estrellas. No puedo acostarme ni moverme un solo milímetro si quiero que esta sensación se vaya.

Duele... mucho.

Tengo puesta una camisa ancha de hombre y nada más. Con temblores extiendo mis manos y busco alzar la tela, pero soy incapaz de mover mi espalda para observar mejor. Estar sentada me está matando.

—¿Sabes? dejó de ser divertido cuando comenzaste a llorar.

Tuerzo mi cuello, dando un giro de 180° hacia la esquina oscura de la habitación. Heros está sentado en una vieja silla mecedora de madera. No puedo ver sus ojos, pero su mirada es pesada sobre mí.

—Me alegra que mi sufrimiento te cause gracia.

Hablar acaba con mi poca tolerancia. Aprieto la mandíbula hasta que mis dientes rechinan.

—Dije que dejó de serlo—Si tuviera fuerzas, me levantaría y comenzaría a ahorcarlo con mis propias manos.

—Me han disparado...—Las palabras salen en un chillido agudo. Espero que eso lo haga comprender la causa de mi "llanto".

—Se nota que es tu primera vez—¡Es un imbécil! —. Es tiempo de tu suero.

Finalmente se levanta y lo observo mezclar sustancias en una jeringuilla que obtiene de varios frascos de antibiótico. La luz en la habitación no le es suficiente y tira de la cobija que cubre la ventana, el brillo del sol enceguece mi vista por un par de segundos. Percibo como Heros sonríe ante mi torpeza, pues, tratando de cubrirme de la luz, la sábana se termina enredando con la maraña de cabello que traigo encima.

Tóxico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora