La noche del lunes Megara tuvo que inventarse que había un cambio en el club, que unos jóvenes ricos habían apartado la noche y tenía que decorar la estancia, al parecer, eso sería todas las noches, pero quería hacerle saber a su madre el nuevo cambio de horario.
Paulina sabía que Megara trabaja en un antro, para ella, era un antro perfectamente ubicado, legal y en dónde la paga era muy buena. La madre confiaba plenamente en la hija. Jamás le había dado motivos para desconfiar de ella. También sabía de su atrevida vestimenta, así que cuando la vio irse con una sencilla camisa polo y un par de mezclilla, se mostró confundida.
—¿Ya no trabajaras en el club? Por lo general siempre vistes más...extravagante.
Megara evitaba que su madre la viera cuando vestía algo que revelara más de lo que ella aprobaría, aun así, no podía ocultarse todas las noches.
—Usaremos uniforme, pero tendré que ir con mi ropa hasta llegar adentro—En su cabeza el hámster corría dentro de su burbuja a toda velocidad en busca de una excusa creíble—Son algo estrictos y prefieren que nos cambiemos allá, no quieren que el uniforme se extravié.
Paulina quedó satisfecha y con un beso se despidió de Megara.
Voy a irme directa al infierno, se dio Megara mientras atravesaba la puerta lateral del club. Un par de gigantones que no eran los que la habían acompañado en su horripilante noche, la saludaron. Meg no correspondió el saludo.
—¡Hola! —Meg saltó ante el toque de Grettel sobre su hombro.
—Alguien anda un poco paranoica—Se burló Grettel de ella, sus ojos viajaban por el rostro de su amiga, le dio una sonrisa de lado cuando comprobó que su rostro volvía a ser igual de bello que antes de los morados, Meg sanaba rápido.
—Menos charla...
—Más acción—Completó la frase, Grettel.
Megara se sentía arisca, no tenía ganas de exponerse, no quería ver a nadie. Hubiera preferido acabar en casa y madrugar con una película, un tazón de palomitas con mucha mantequilla y su madre al lado.
Pero era demasiado tarde para arrepentirse, sólo las sombras conocían lo que Heros era capaz de hacer al ver que su obra de caridad se había marchado. Porque así había sido, Heros no acostumbraba a escuchar a las personas, no a quienes no aportaban nada a su vida, así que su reacción con Meg había sido una sorpresa. Sólo Grettel y Tavo conocían sobre lo ocurrido en su oficina, Grettel también tenía sus sospechas sobre la segunda oportunidad hacia Megara, su intriga era mayor que la de Tavo.
Después de subir las escaleras hasta el tercer piso, ambas se dirigieron hasta un área poco iluminada. Era un pasillo en donde al final se accedía al escenario, y en los laterales había tres puertas destinadas a los arreglos de las bailarinas.
Grettel la llevó a la segunda puerta, el aroma a fijador para cabello la golpeó nada más poner un pie dentro del cuarto, lo segundo fueron unas manos con uñas acrílicas, casi perforando sus brazos desnudos, fue jalada hasta una silla en el centro, había un grupo pequeño de chicas en la esquina, enfocadas en sus diminutos sostenes, nadie le ponía atención, a excepción de la mujer obsesionada con dañar sus extremidades, ¿Cómo podían comer con esas uñas? Se preguntó Megara.
—Más te vale que la trates con cuidado, Perla—Sentenció Grettel—Ya sabes a quién no le gustará que dañes su nueva adquisición con tus uñas de gata—Megara observó el intercambio de miradas ofensivas a través del gran espejo frente a ella.
—No le temo a la perra de Tavo—Escupió con burla Perla.
—No hablaba de Tavo, puta.
—¿Por qué me ofendes con tu apodo? —Fácilmente, Perla le sacaba dos cabezas a Grettel. En una pelea, no era difícil saber quién ganaría—Tienes mis sobras, perra—Continúo Perla—No lo olvides, que cuando se me dé la gana, el vuelve a mí.

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Tóxico ©
RomanceTras el caos que provocó en su vida la enfermedad de su madre. Megara Bail decidió comenzar a trabajar en el club más lujoso de la ciudad, "La Cueva". Lugar en donde conoció a un sádico y líder de la mafia del norte, Heros Dimitris, quien resultó s...