Tras el caos que provocó en su vida la enfermedad de su madre. Megara Bail decidió comenzar a trabajar en el club más lujoso de la ciudad, "La Cueva".
Lugar en donde conoció a un sádico y líder de la mafia del norte, Heros Dimitris, quien resultó s...
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Deseo de todo corazón que disfrutes la lectura, tanto como yo disfruto escribirla. Que estés súper, súper bien ♡ y... una cosita más: R.I.P. al vestido de Megara, es todo lo que diré jaja.
Ana, la enfermera de Paulina traía en sus manos la bandeja de comida, esperaba que Paulina no le rechazara el alimento. El sol ya se había ocultado, y la madre de Megara no tenía ni un solo bocado en el estómago. Ana no podía perder su empleo.
—Paulina... necesitas comer.
—¿Me dirás en dónde está mi hija? —Paulina estaba con los brazos cruzados, recostada sobre su cama, tenía una mirada turbia hacia las cortinas pálidas que cubrían sus ventanas. En realidad, no dejaba de pensar en su hija.
Ana la miró angustiada.
—No lo sé—Ana se sentó a su lado—Y aún si lo supiera, no es inteligente de mi parte revelar lo que el jefe hace.
Paulina arrugó la nariz. Odiaba ese término. Lo detestaba, pues sabía perfectamente lo que el hombre hacía, lo déspota le había quedado claro aquel día en el parque.
—Su rostro...—Paulina abrió sus ojos de par en par. En su cabeza, abría el baúl oculto de los recuerdos del pasado, a los cuales les tenía una gran aversión. Lo único bueno de ello, había sido su dulce nena. Megara.
—Paulina, por favor, Megara desearía que se alimentara—Insistió.
—¿A caso la ves por algún lado? —Respondió con lentitud. Cada día, era más difícil hablar como antes. La rapidez no era su aliada. Y al parecer, el tiempo tampoco—Dime dónde la tiene ese infeliz, Ana.
—¡Ya le dije que no lo sé! —Paulina regresó la mirada hacia la ventana, que parecía ser la única cosa que no le sacaba dolor de cabeza. Ana dio un suspiró cansado, llevándose las manos a la nuca—Tendré que sedarla, Paulina, ¿Lo entiende?
—Sí, entiendo que vives atada a una vida de horror, ¿Cómo te engañó ese bastardo para que cuidaras de mí? —Dijo con una voz cargada de veneno—O mejor, cuéntame cómo es que le vio la cara de boba a mí hija.
—No son órdenes del señor Dimitris, es mi decisión, estás muy alterada y una buena siesta te ayudará a despejar la mente—Ana titubeó—A menos que... estés dispuesta a comerte el caldo que te he preparado.
Pero Paulina no iba a negociar.
—Bueno, tomo la siesta—Fingió pensar—Y cuando despierte, ¿entonces qué? —Sonrió con amargura—¿Habré olvidado que tengo una hija? Explícame eso, Ana—Su mirada era aquella. Digna de una mujer de la mafia, esposa de uno de los criminales más buscados del país. Era increíble como las personas volvían a recurrir a lo que alguna vez fue su escudo.
—¿Eres madre?, ¿tienes hijos?
—No señora.
—¿Cómo te atreves a decirme que finja que todo está bien? —Paulina quiso huir, buscarla, pero al cerrar sus manos en puño se dio cuenta que era inútil, la fuerza era escasa en ella, y se sentía débil, pero tampoco aceptaría ni un solo bocado de nada, no hasta no saber de su hija—¡Contéstame, maldita sea!, ayer salió y no ha vuelto... ¿La mató? ¡Necesito saberlo!