Hace poco mas de un año empecé, por voluntad propia, el ciclo medio de auxiliar de enfermería (TCAE en definitiva).
No lo hice por vocación (no lo voy a negar), nunca me vi metida en un hospital vestida de blanco, pasando horas y horas. La verdad es que desde que era una cría los hospitales me aterran. Ese olor, ese frío, ese silencio roto y ese escalofrío que te recorre la piel al entrar, hacen que cada vez que cruzo una de esas puertas enormes el pulso se me acelere y me entren ganas de vomitar.
Odié los hospitales desde que era una "pulguita" , eso me dice mi madre, y conmigo, ella también. No nací "sana" tampoco muy "enferma", simplemente algo pachucha, así que me vi obligada a pasar mucho tiempo metida en una habitación monocromática vestida con un camisón de cruces, o con un pañal. La verdad es que no lo recuerdo, era muy pequeña. Algo tenía que no funcionaba bien, asi que a los dos años entré en quirófano por primera vez. De aquel romántico encuentro me quedó una marca preciosa (para mi) que me recorre parte de la espalda y dos pequeños agujeros de los drenajes a un lado.
Ahí empezó nuestro odio por aquel lugar. Pasé semanas agarrada de pies y manos, llena de cables, tubos, y cosas que una niña de dos años no entiende y una madre primeriza no comprende.
Pero bueno, como todo, pasó. Me fui para casa con mis padres y empecé a crecer, a hacerme la mujer que ahora soy. Pero, aunque el tiempo ingresada finalizase, mi relación con los hospitales no. Iba muy a menudo a revisiones, a pruebas, a cosas varias. Cada seis meses me tocaban las de medicina nuclear. Aún recuerdo todo aquello, aún lloro al pensarlo ( y no lloro muy a menudo). Eran dos pruebas, la larga y la corta. Todas eran una tortura para mi. Tenía un pánico increíble a las agujas, a quedarme sola, a tener a mi madre lejos y a los sitios oscuros. Todo se juntaba en una tarde, una eterna tarde.
La primera prueba era la corta (o así lo recuerdo, quizás era al revés), consistía en inyectarme un líquido raro que nunca supe lo que era, irme a dar una vuelta de hora y media, volver y ver como había ido eso.
La segunda era una con contraste, para la cual necesitaban volver a pincharme, meterme en una cueva fría, asquerosa y solitaria, acostarme en una tabla dura y meterme en un cacharro que algo hacía, daba vueltas, solo sé eso. Recuerdo todo lo que lloraba, todo lo que sentía y recuerdo ver a mi madre detrás de la puerta ( por que era lo mas cerca que le dejaban estar) sufriendo infinitamente más que yo.
Eso, como ya he dicho, duró años, muchos años, demasiados años.
Entre tanto nació mi hermana, ella venía más malita que yo, otra oveja que teme esas cuatro paredes. Lo pasó bastante peor , y mi madre infinitamente más que nosotras . Sufrimos muchísimo los cuatro, mi madre, mi padre (que aun que no lo mencione mucho estuvo ahí siempre) , mi hermanita y yo. Ella pasó por cuatro operaciones antes de cumplir los dieciséis, operaciones complicadas, muy largas, muy duras. Quizás sea eso lo que más me influyó para desarrollar un rechazo horrible hacia los hospitales: la desesperación que sufría en aquellas salas de espera.
Pero al final, ya con 18 años, sin darme cuenta, estaba metida en una clínica odontológica, y me encantó, encontré mi sitio y me sentí en casa (no en esa clínica que era peor que una cárcel, pero si en ese oficio). Era bonito, era necesario, me hacía bien. Así que cuando acabó (por que me fuí) decidí estudiar para poder trabajar toda mi vida rodeada de dientes. Fue ahí cuando me matriculé en el ciclo "Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería". Era solo un simple trampolín, nunca quise ejercer como tal, lo usaría para entrar en el cliclo superior de prótesis y después odontología.
Sabía que había practicas, claro que sí, pero jamás me imaginé que fueran como han sido. Jamás creí que dolerían todo lo que duelen ni que me cambiarían tanto como me han cambiado.
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una TCAE en PRÁCTICAS
Kurgu OlmayanNatalia,una chica sin vocación,demasiado sensible y con infinidad de miedos, tiene que enfrentarse a todo lo que teme al entrar en ese hospital.