11

643 69 180
                                    

A veces los días felices, pueden terminar en noches grises.

Sábado por la mañana, el reloj antiguo que está colgado encima de la chimenea de la sala de estar en la casa Cuthbert, le produce a Anne la sensación de que está viviendo en una casa victoriana.

Cosa que a su parecer es sumamente romántico.

Ojalá también estuviese haciendo una actividad de esa magnitud, como tomar el té al lado de su alma gemela o estar teniendo alguna conversación de la época, pero en su lugar, estaba sentada en el suelo, con un montón de libros esparcidos sobre la mesita de madera frente al fuego.

Estar estudiando para los exámenes de fin de mes no tenía nada de romántico.

Por eso, cuando el timbre de la entrada suena, la pelirroja no duda en levantarse de un salto, avisarle a Marilla que ella irá y atender la puerta.

—¡Buenos días, mija!— le saluda la esposa del señor Ramsey, su vecino, detrás de ella se encuentra una anciana de dulce sonrisa y su hija.

Y por su hija, claramente se refiere a Minerva. La castaña está aún en pijama —así como ella— y con una trenza, su cara de pocos amigos demuestra que la despertaron a las malas.

—Hola, señora Ramsey.

La mujer de raíces latinas posa su mano sobre el hombro de la otra mujer a su lado.— Mija, ella es mi madre, Rosa, que vino de visita y como acostumbra, preparó su famosa torta de tres leches para el desayuno al que nos invitó Marilla.

¿Desayuno con la familia Ramsey?

Antes de que pueda arruinar el momento, la mayor de los Cuthbert llega en el acto.— Laura, Minerva y Rosa, ¡qué alegría que vinieran! Anne, no seas descortés, deja pasar a nuestras invitadas y recoge tus cosas, el desayuno ya casi está listo.

—¿Necesitas ayuda con algo?— pregunta Laura, mientras las tres ingresan a la casa.

—No, no, no, ustedes son mis invitadas.

La abuela de Minerva se adelanta con pasos apresurados a la cocina.— ¡Tonterías! Entre las tres podemos hacer un banquete, ¿alguna vez han desayunado arroz con pollo?

Mientras las tres continúan su charla en la cocina, la joven Shirley sigue sin salir de su estado de desconcierto.

—Tampoco te avisaron sobre este plan, ¿no?— expresa la castaña, tomando asiento en el sillón de Matthew.

Ella niega, cerrando sus libros y organizándolos en una pila.— O tal vez sí lo hizo y no la escuché, siempre ando en las nubes.

—En las nubes, pero del estudio.— añade, con sus ojos puestos en el final de su trenza.— Al menos no te despertaron luego de haber estado hasta las dos de la mañana estudiando.

Anne soltó una carcajada suave.— Pues, no tuvieron que despertarme porque seguí de largo estudiando.

Min abre sus ojos ampliamente.— Si sabes que los seres humanos tenemos que dormir, ¿no?

Más risas por parte de la ojiazul.— Lo sé, es solo que quiero estar preparada para empezar bien el primer corte.

—Joder, suenas igual a Gilbert, con razón le agradas tanto.

La joven de pecas ignoró el cambio tan repentino de su ritmo cardíaco ante la mención del pelinegro, no porque no le gustara saber eso, sino que, por primera vez, estaba teniendo una conversación real con la mejor amiga del muchacho que le gustaba.

No solo saludarse y dar respuestas de monosílabos.

Y le estaba agradando.

—Me gustan tus pantuflas.— comenta Anne, acomodándose mejor en el sofá.

Losers | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora