A veces el final, es solo el comienzo.
Eso del felices por siempre, creo que debemos dejárselo a los cuentos de hadas, porque siendo honestos, la vida real es demasiado cruda como para pensar de esa forma.
Pese a ello, nuestra protagonista amante de la aventura y la justicia no dejaría que eso afectara en su peculiar forma de ver el mundo, aun le faltaban muchos caminos por recorrer, muchos lugares por conocer y mucha cultura por aprender.
Cuando era pequeña, Anne no podía imaginarlo de otra manera, después de todo, su espíritu estaba lleno de ganas por devorarse cada pequeño espacio del planeta.
Y es de ley, que todo lo que ella se propone, será cumplido por su voluntad tarde o temprano, porque así era ella.
Una eterna soñadora de la vida y de los enigmas que la envuelven.
Aunque ahora había un extra en su plan de vida, aquel extra era descrito a plena vista como un joven mayor de veinte años, cabello rizado tan oscuro como la noche, irises avellanos con un brillo especial, un metro setenta y cinco de estatura y un amor tan grande por la medicina que no le cabía en el cuerpo.
Aquel individuo que desde su primer encuentro dejó una huella en su corazón que nada, ni nadie podría borrar. Estaría acompañándola en su recorrido, codo a codo, en su mayoría tomados de la mano, a veces él estaría cargándola en su espalda, y en otras ocasiones ella lo haría por él, pero siempre juntos.
Como compañeros e iguales.
—Basta, Gilbert, me haces cosquillas.— vociferó la ojiazul, muerta de risa, en tanto su novio le besaba el cuello.
Estaban acostados en la cama de ella, él había llegado a su casa desde temprano con la excusa de que la esperaría mientras ella terminaba de alistarse. Debían ir a la mansión Barry porque hoy era el cumpleaños de Diana y se lo celebrarían con una pequeña reunión/fiesta en la piscina.
El azabache soltó un gruñido, colocando sus codos a los costados de la cabeza de ella y observándola.— Es culpa tuya, zanahoria, dijiste que hace mucho no te daba amor y como eso es una calumnia a mi persona, me vi en la obligación de limpiar mi buen nombre.
Habían estado juntos el día anterior celebrando su aniversario de seis meses de noviazgo, habían estipulado que celebrarían cada año, a excepción de esa fecha, porque Anne se moría por escuchar la canción que Gilbert iba a cantarle cuando iba a proponerle que fuese su novia antes del accidente, la cual, fue la razón por la que el joven Blythe volvió a recordarla.
Durante el tiempo que estuvo con su pérdida de memoria, fue recordando a cada uno de sus seres queridos por objetos o situaciones en particular. Con la joven Shirley resultó un poco más difícil que esto sucediera, no importaba cuanto tiempo pasara junto a ella, no podía recordarla, cosa que él en serio quería.
Necesitaba saber quién había sido ella en su vida, quería conocer el por qué la pared de su habitación tenía fotos de ella, por qué en su celular la tenía guardada con el emoji de una zanahoria, por qué su aroma le resultaba tan sumamente familiar.
Hasta que un día, buscando en sus apuntes viejos del semestre pasado, encontró una canción escrita en un trozo de papel, cuyo título era Fire haired dreamer.
Fue entonces, cuando tomó su guitarra y sucedió. Mientras tocaba cada acorde y cantaba la letra de la canción, los recuerdos vinieron en fila india, uno detrás del otro, logrando ocasionarle una jaqueca tan terrible que se tomó más de diez pastas de acetaminofén en un solo día.
Pero ese dolor no fue nada comparado a la felicidad que sintió al finalmente volver a recordar a Anne. A su Anne.
—Debes dejarme ir o nunca llegaremos a lo de Diana.— soltó la joven de pecas, risueña.

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Losers | Shirbert.
RomanceGilbert y sus amigos han vivido con la etiqueta de perdedores desde que eran niños. La vida les enseño de la peor forma que poco se puede llegar a confiar en las personas. Pero aquel paradigma cambia para él cuando Anne Shirley-Cuthbert aparece en s...