Vacaciones de verano.
Anne se levantó como todos los días, con el primer rayo de sol entrando por su ventana y sonriendo al ser consciente de que es un nuevo día.
Tendió su cama a la velocidad de la luz, fue directo a su ducha, tarareando alguna canción de Little Mix e imaginando todo lo que podría pasar hoy.
La tan anhelada fiesta de su alma gemela había llegado finalmente.
Salió del baño, decidió vestirse con un short de jean, sus converse de color rojo y un saco rojo con las iniciales ASC en la espalda, en letra cursiva y de color blanco. Dejó su cabello suelto mientras se secaba.
Y como ya era costumbre, en esas dos semanas que llevaba en Avonlea, decidió salir por la ventana, para sentarse sobre el tejado verde del garaje.
Le gustaba estar ahí desde temprano, apreciando no solo la hermosa vista que tenía del cielo, sino también de ver las actividades diarias de sus vecinos.
Quizás de uno en específico.
Y ahí estaba. Justo a tiempo.
El muchacho de rizos rebeldes que captó la atención de Anne desde el primer día que llegó, camina hacia la casa de enfrente, acompañado de una rubia, cuya ropa parecía de diseñador italiano. Ambos esperan en el porche unos segundos, hasta que su vecina sale.
La hija de los Ramsey.
Una bella castaña de metro setenta sale de la puerta, sonriéndole a sus dos amigos y abrazándolos por los hombros, quedando en medio y comenzando a caminar, como todas las mañanas, quien sabe a dónde.
Esa mañana ocurrió algo diferente.
Esa mañana aquel pelinegro hizo contacto visual con la joven Shirley antes de desaparecer de su campo de visión.
—Se fijó en mí.— susurró Anne, tal como Violeta en la película de Los increíbles.
Tenía que contarle a Diana inmediatamente.
Se puso de pie en un salto, disponiéndose a entrar por la ventana, pero topándose con la cara enojada de Marilla.
—¡Ah!— gritó la pelirroja, enredándose con sus pies y casi cayendo de espaldas, afortunadamente, su madre adoptiva alcanzó a agarrarla del brazo antes de tener un accidente.
—¡Santos cielos Anne!— exclama la mayor.— ¡Te he dicho que dejes de subirte al tejado!
La ojiazul sonríe torpemente, rascándose la nuca.— Lo siento, Marilla, pero siento que el tejado es un lugar perfecto para pensar y apreciar mis horizontes.
—El único horizonte que vas a apreciar es el de un hospital.— le recrimina la señorita Cuthbert.
Antes de que pudiera seguir regañándola, el menor de los Cuthbert apareció en escena.— El desayuno está listo, a menos de que quieran seguir peleando.
Marilla soltó un bufido.— Tú pagarás el hospital cuando ella se caiga de ese tejado, Matthew.
Y con eso, salió de la habitación, dejando a su hermano y a su hija adoptiva, él haciendo la imitación de un monstruo y ella riéndose al ver lo tierno que se veía.
Matthew Cuthbert era el hombre más tierno que ha pisado el planeta tierra.
Cuando bajó a desayunar, su móvil la alertó de un mensaje, era su queridísima Diana, preguntándole si podría ir a su casa en la tarde.
—¿Diana puede venir?— pregunta tímidamente la ojiazul.
—Claro que sí.— contesta Marilla, pasándole la mantequilla a su hermano.— Pero ahora deja el teléfono, es de mala educación usarlo en la mesa.

ESTÁS LEYENDO
Losers | Shirbert.
Storie d'amoreGilbert y sus amigos han vivido con la etiqueta de perdedores desde que eran niños. La vida les enseño de la peor forma que poco se puede llegar a confiar en las personas. Pero aquel paradigma cambia para él cuando Anne Shirley-Cuthbert aparece en s...