Capítulo 24

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Con un espacio de 255 metros cuadrados –en la ribera norte del río Han– y considerablemente lejos de la urbe citadina, se alzaba el monumental domicilio Jeon.

Era una especie de "casa flotante", donde la única planta, no estaba a ras del suelo, sino sustentada por pilares de hormigón.

Tenía ese estilo vanguardista y sobrio de muchas construcciones coreanas. Que descartaban la arquitectura clásica, para aprovechar los espacios y geometría ambiental:

Las habitaciones más utilizadas, en el centro; distribuyéndose compactas –a modo circular– en lugar de la usual línea recta delimitada por un pasillo.

Los cuartos, en extremos opuestos, y el living hacía función de pieza central, conectando las demás habitaciones.

El balcón, corría por los cuatro costados de la casa, y visto desde el interior, hacía parecer aún más extensos los límites de la propiedad.

Las paredes exteriores fueron cristalizadas, para aprovechar el caudaloso río limítrofe.

A una distancia prudencial, sobresalía la casa de visitas, flanqueada por una piscina pseudo olímpica, y un bar maderero, para la recepción de fiestas al aire libre.

El conjunto, se valía de un minimalismo quizás excesivo, pero eficiente. Y podría, sin duda, encantar el ojo de los más quisquillosos, pero... nunca a Jungkook.

No movió ni un solo músculo facial, cuando las inmediaciones se materializaron, a través del cristal polarizado de su auto.

Ocupado solo por él, y un estoico chófer, que le lanzaba ojeadas de hito en hito, por el espejo retrovisor.

No. Nada en ese lugar resultaba atrayente, o agradable.

Ni las miradas desdeñosas y desaprobatorias de su padre, o las tibias sonrisas taimadas de la señora Jeon.

Era una casa del terror. Ella, vivía maniatada por su marido, que le convirtió en referente de la esposa perfecta, consentidora. Filántropa empedernida, y acompañante fiel en cada evento, cena o mitin público; siempre sonriente.

Sin embargo, Jungkook no podía culparla. No cuando él se encontraba hundido hasta los huesos, en esa espiral interminable de sumisión.

También mendigaba fragmentos de atención paterna. Prefiriendo la tácita falta de reconocimiento ante el deber cumplido, a los insultos intencionados, lacerantes burlas y el desprecio.

Él y su madre, eran meros sobrevivientes, bajo el yugo de un opresor implacable.

¿Fue siempre así? ¿El miedo, una presencia ensordecedora, acechando tras cada rincón?

¿Nunca el brillo de la felicidad traspasó los amplios ventanales, iluminando el corazón de sus moradores?

Tal vez, años atrás.

Hubo un tiempo, donde risas inundaron los fríos pasillos. El ceño eternamente arrugado de Kyung Suk, era más suave, y su mirada aterradora, fulguraba con humanidad y afecto.

No obstante, como todo cuento de hadas, éste también encontró su fin. Solo que, el felices para siempre, fue reemplazado por: eternamente desdichados.

Y los remanentes de la devastadora tragedia, nunca volvieron a ser los mismos.

— Señor Jungkook. Ya estamos aquí. — la voz plana del empleado, espabiló sus sentidos. Jeon movió la cabeza un par de veces, antes de fijar sus orbes opacos en el hombre.

— Oh... bien. Lleva mis maletas adentro. — un asentimiento, y la puerta delantera abriéndose, fue todo.

Tras desbloquear la suya, se incorporó, dándole una última ojeada al sendero empedrado, antes de abandonarlo.

Orgullo y Prejuicio [PJM & JJK] ° 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora