Capítulo 5

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Hay tanta gente en la plaza que me resulta imposible seguir avanzando.

De alguna manera logro abrirme paso entre la multitud y consigo llegar al centro de la plaza, donde hay varios puestos que apenas están siendo armados para la celebración que habrá el fin de semana.

Todos los años sin falta, se celebra que Panem por fin es libre de las opresiones del viejo gobierno del Capitolio. Libre de Los Juegos del Hambre. No sé en los demás distritos, pero al menos aquí en el 12, siempre se celebra en grande. Y por lo que veo, esta ocasión no será la excepción.

Se acostumbra que la festividad se realice en la plaza, donde se vende comida, golosinas e incluso hay juegos donde te dan premios si ganas. Y cuando el cielo se oscurece, el espectáculo de fuegos artificiales hace acto de presencia, llenando el cielo nocturno con una serie de luminosos colores.

No es raro que la plaza sea un caos total ahora mismo.

Voy a la farmacia, donde compro las pastillas que suelo tomar para evitar embarazos. Y como hay varias personas dentro, tomo algunos artículos de los estantes y lo pago todo junto para evitar miradas curiosas.

Tomo la bolsa de papel, y salgo rumbo a la panadería.

A comparación de años atrás, donde el acceso a medicamentos era tan limitado que muchas familias ni siquiera tenían jarabe para la tos, ahora tenemos la suerte de contar con una gran cantidad y variedad de medicinas gracias a la fábrica que hay en el 12.

Algo que ha venido bien para todos.

Abro la puerta de cristal, me recibe el sonido de la campanilla. El cartel dice claramente que está cerrado, pero sé que él está aquí.

Paso detrás del mostrador y empujo la puerta para entrar a la cocina. Abro la boca para llamar a Peeta, pero las palabras se me quedan atoradas en la garganta al encontrarlo a un par de metros.

Parece que no está solo.

Lo veo cargando a un niño de cabello rubio, quien parece tener al menos cuatro. Y frente a ellos, hay una mujer, también rubia, con quien charla animadamente.

Miro con desconfianza a la mujer, porque no la reconozco. Nunca la había visto por aquí. Pero, al parecer trabaja en la panadería, porque tiene el delantal blanco que usan todos los demás.

Ella parece ser joven, probablemente tiene la misma edad que Peeta y que yo. Es bastante menuda, y parece ser muy alegre.

Ambos ríen, y algo se ilumina en los ojos de ella mientras lo mira.

Si no fuera porque tiene que parpadear, estoy segura de que ya se le habrían secado los ojos por lo fija que tiene la mirada en Peeta, mientras él habla con el niño.

Surge un tirón incómodo en el estómago. Porque, mirandolos, parecen ser todo lo que él quiere en la vida. Una familia. Su propia familia.

Algo que nunca podré darle a Peeta.

Me sobresalto cuando él voltea de manera repentina en mi dirección. Nuestras miradas se encuentran, sonríe.

—Kat —deja al niño en el suelo, se me acerca.

Me abraza, pero permanezco quieta, aún demasiado sorprendida por su acción. Aún así, él se separa y deja un corto beso en mis labios.

—No te esperaba, pero qué gran sorpresa —me dice—. Estaba dejando algunas cosas listas antes de ir a casa.

Asiento con la cabeza, y trago, buscando bajar la incómoda sensación que me obstruye la garganta.

Volteo hacia la mujer, quien me mira con timidez. Le toma la mano a su hijo.

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