Capítulo 24

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Después de un largo y silencioso camino desde el hospital, finalmente llegamos a casa.

Pareciera que ambos hemos decido permanecer callados para intentar ser prudentes con la situación.

Estoy segura de que lo que acaba de pasar ha sido demasiado para los dos. Ni Peeta ni yo esperábamos que sucediera todo lo que acabamos de presenciar.

Cuando él se detiene a abrir la puerta, bajo la mirada y vuelvo a mirar la ecografía que he tenido en la mano desde que nos la entregó la doctora.

Aún no puedo creer que esto sea cierto. Son demasiados sucesos para un sólo día.

Lo único que esperaba saber es si estoy embarazada o no. Pero nunca imaginé que podría escuchar su corazón latiendo, verlo a través de esa pantalla...

Son muchas cosas por procesar.

Y me cuesta trabajo asimilar que en algunos meses voy a convertirme en la madre del pequeño punto que estoy viendo en la ecografía.

Cuando finalmente escucho que se abre la puerta, dejo de mirar la imagen y me meto a la casa.

Llego al salón, y me dejo caer sobre el sofá mientras suelto la ecografía sobre la mesita de centro.

Suelto un suspiro, e intento tranquilizarme a pesar de que percibo que todo esto es demasiado abrumador.

Lo menos que quiero, es estropear este momento que se supone que debería de ser feliz.

No tendría porqué sentir que estoy a punto de llorar por algo como esto. No después de haber visto al bebé en la pantalla de ese consultorio.

Volteo al escuchar las pisadas de Peeta. Distingo preocupación en su mirada, y veo que él se sienta junto a mí.

Él apoya su mano en mi rodilla, y con ese simple gesto siento que los ojos se me llenan de lágrimas.

—Lo siento —se me rompe la voz—. Se supone que había accedido a intentarlo, pero no puedo creer que esté embarazada.

—Tómalo con calma —susurra, mientras me acaricia la pierna con suavidad. Intentando tranquilizarme—. Que no es algo fácil de asimilar.

Asiento con la cabeza, e intento sonreír para tranquilizarlo. Pero termino soltándome a llorar. Tal como sucedió en el hospital hace rato.

Peeta hace que me ponga de pie, y después me abraza.

Lloro sin parar, mientras él me sostiene con la seguridad que necesito.

—Estoy aterrada —sollozo, mientras lo abrazo con fuerza—. Y no sé qué hacer.

—Tranquila —murmura, mientras me acaricia la espalda.

Continúo llorando, a pesar de que hago todo lo posible por detenerme.

Después de varios minutos consigo calmarme, y me limpio la nariz mientras me seco las mejillas.

—Lo siento —suspiro, sintiéndome mucho menos paranoica—. Esto tendría que ser algo feliz.

Veo su sonrisa.

—Lo es —dice, mientras me acaricia la mejilla —. ¿Puedes creer que acabamos de verlo en esa pantalla? ¿Y que pudimos escuchar su corazón? No puedo creer lo pequeño que es.

Le correspondo la sonrisa.

—Lo sé, todo esto es una locura. No tenía idea de que los médicos pueden hacer algo como eso —digo, sintiéndome más calmada—. ¿Y tú cómo te sientes?

—Bueno... —intenta mantenerse sereno, pero se le escapa una sonrisa—. Más que feliz en realidad —admite—, pero también nervioso. Y más que agradecido contigo por darme esto.

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