Doblo la pequeña ropa de bebé y la acomodo dentro de los cajones.
Definitivamente tendremos que comprar otro mueble si es que Effie sigue trayendo más ropa.
Ahora que sabemos que vamos a tener una niña, ella se ha alocado y ha comprado cientos de vestidos para bebé. Al igual que un montón de ropa y zapatos para niña, con la excusa de que los bebés crecen demasiado rápido.
Mi madre igual parece entusiasmada con la noticia, porque ha ido a la ciudad a comprar una bolsa repleta de estambres. Y casi todo el día se la pasa tejiendo.
Cada vez estamos más listos para la llegada de nuestra bebé. Pero una parte de mí quisiera que ella se quedara más tiempo dentro de mí, donde está protegida de todo.
Sé que es imposible, pero quiero mantenerla alejada a como dé lugar de las personas entrometidas que quieran saber de ella. Y de todo lo que se viene si el Capitolio se entera de su existencia.
Ahora que tengo casi siete meses, la barriga ya no me deja hacer muchas de las cosas que normalmente hacía sin problema. Ponerme los zapatos sí que se ha vuelto un verdadero reto, al igual que agacharme, y bajar las escaleras.
No me imagino lo que me espera cuando me crezca aún más el vientre.
De igual manera, la ropa ya ha dejado de quedarme, especialmente los pantalones. Y como hace calor, he optado por usar vestidos holgados.
Ya no voy al bosque, porque mi vientre ya es bastante notable, y estoy segura de que ni de chiste podría atravesar la alambrada. Por lo que casi siempre me quedo en casa. Pero, de vez en cuando, Peeta consigue convencerme de salir, y nos vamos a caminar a la pradera muy temprano en la mañana. Cuando nadie puede vernos.
Pongo la mano sobre mi vientre al sentir una serie de fuertes patadas, y hago una mueca. Aveces le gusta hacer eso, especialmente cuando quiere pedir comida. Pero sí que duele.
—Ya voy, tranquila —susurro, y frunzo el ceño—. No tienes porqué patear tan fuerte.
Bajo las escaleras con cuidado, y me dirijo a la cocina. Me preparo un sándwich, y me sirvo un gran vaso de agua para refrescarme.
Este verano sí que está bastante caluroso. Pero está a unas semanas de terminar, y para bien o mal, llegará el frío otoño.
Me dirijo a la sala, y hago lo de casi todos los días, ver televisión mientras como.
Ahora mismo me encuentro sola en casa, ya que Peeta está en la panadería, y mi madre ha salido a hacer las compras en la ciudad. Por lo que disfruto de mi breve momento de soledad.
Me acomodo, y cambio de canal, intentando encontrar algo interesante.
Sin embargo, mi comodidad no dura mucho tiempo, porque escucho que alguien toca la puerta.
Volteo, esperando que entre quien ha llegado. Pero nadie lo hace, lo cual es extraño. Porque todos saben lo mucho que me cuesta levantarme y abrir.
Me levanto con trabajo, y me acerco al vestíbulo. Tengo un presentimiento extraño, y no me agrada para nada.
Me detengo en la puerta, intento tranquilizarme y no ser paranoica. Nadie sabe del embarazo, no tendría porqué venir un desconocido a la casa.
Tomo la perilla con desconfianza y la giro lentamente.
Abro indecisa, y me llevo la gran sorpresa de encontrarme con una visita inesperada del otro lado.
Me quedo helada al verlo. Es imposible.
Creí que no volvería a verlo nunca jamás.
—Hola, Catnip —me saluda, con las manos en los bolsillos. Pero me quedo callada.
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Volver a vivir
FanficYa no hay Juegos del Hambre, y la guerra finalmente ha terminado. Ellos volvieron al Distrito 12 y ahora son libres. Pero, ¿de qué manera se le puede encontrar sentido a la vida cuando lo has perdido casi todo? Con muchos días perdidos, ellos cons...