Capítulo 15

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A veces, cuando estoy sola, saco la perla e intento recordar al chico del pan. A los fuertes brazos que me protegieron de las pesadillas tantas veces, y todos aquellos besos que alguna vez compartimos.

Intento ponerle nombre a lo que he perdido, pero ¿para qué? Ya se ha ido, Peeta se ha ido.

Lo que existía entre nosotros ya no existe.

Se ha acabado esa etapa en la que daba por sentado que Peeta me consideraba un ser maravilloso. Por fin me ve como soy realmente.

Han pasado aproximadamente tres semanas desde aquella discusión que desencadenó todo esto. Y durante todo este tiempo, no he hablado con él para nada.

Ni con él y ni con nadie.

Y a pesar de mi renuencia por convivir, Effie ha ido un par de veces a dejarme un poco de pan. Ella siempre intenta sacarme la plática, pero sólo me limito a responderle de manera breve.

También, hace algunos días, Haymitch fue a verme, pero sólo lo hizo porque tenía que sacar varias de las pertenencias de Peeta.

La idea de verlo llevándose sus cosas me parecía verdaderamente deprimente. Por lo que me marché en cuanto él subió las escaleras, y me vine directamente al bosque.

Tomo uno de los trozos de leña que están apilados sobre un pequeño montón, y lo aviento al fuego. El cual se aviva casi de inmediato ante el contacto.

Me acerco más, e intento calentarme con ayuda de la chimenea, porque el frío se me ha calado por debajo de la ropa y siento que me estoy congelando.

Sostengo el termo con ambas manos, para calentarlas con el calor que desprende el metal, y le doy un sorbo al té caliente.

Tendré que quedarme un buen rato aquí en la casita del lago, porque a pesar de que la lluvia es apenas una brisa, hace mucho frío por el otoño. Y este es el único lugar en todo el bosque en el que puedo protegerme de la baja temperatura.

Me acomodo sobre la pila de mantas, y vuelvo a beber del termo mientras miro el fuego.

La calma del ambiente parece desvanecerse de repente, y no entiendo porqué.

No es hasta que levanto la vista y veo que ahí está Gale, en la entrada, observándome.

Me quedo completamente quieta por la sorpresa. Aún así, intento aparentar estar tranquila.

No puedo creer que él aún recuerde como llegar hasta acá.

—¿A qué has venido? —pregunto, a pesar de que una parte de mí conoce la respuesta.

—A despedirme. Me voy mañana.

Sólo me lo quedo viendo.

Lo sabía. Ya se va, y probablemente no vuelva a verlo nunca más.

Gale deja de mirarme y se sienta frente al fuego, completamente silencioso. Justo como recuerdo.

Siento su gran cuerpo junto a mí, y su pierna roza con la mía.

Desvío la mirada hacia la chimenea. Y de reojo, veo que él me mira con atención. Cómo si quisiera leer mis pensamientos, lo que pasa por mi mente.

—¿No vas a decir nada? —me pregunta.

Me encojo de hombros.

—¿Qué quieres que diga?

Escucho que suelta un bufido.

—Que quieres que me quede, que no quieres que vuelva a abandonarte.

Me quedo callada. Porque no puedo pedirle eso.

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