Capítulo 2

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—¿Qué opinas? —le pregunto a Peeta, mientras alzo las manos llenas de masa.

Se acerca a mirar con detenimiento mi patético intento de galletas. Hace una mueca.

—Digamos que es... —busca la palabra—, puedes mejorar.

Frunzo el ceño, y bajo la mirada a las pequeñas bolas de masa deforme que están sobre la mesa.

—Están horribles, está bien si lo dices. No voy a ofenderme —tomo las galletas y las amaso hasta deshacerlas—. Nadie querrá comprar esto. Te lo dije, voy a llevarte a la quiebra a este paso.

—Por eso no estás contratada —noto que sonríe, deja un beso en mi mejilla.

—Lo sé, no te culpo.

Me quita la bola de masa que tengo en las manos, y la extiende sobre la mesa. Le da forma con habilidad, consigue hacer tres galletas perfectas.

Le echo un vistazo a la cocina. Veo cómo los empleados caminan apresurados de un lado a otro, mientras Peeta y yo perdemos el tiempo haciendo galletas en una pequeña mesa de la cocina.

Peeta tiene el personal suficiente como para no aparecerse durante todo el día en la panadería si quisiera, pero él viene a menudo para checar que todo esté en orden y también porque le encanta decorar pasteles y galletas.

Poco tiempo después de que regresó al 12, comenzó a organizar todo para que pudieran reconstruir la panadería de su familia. Tardaron mucho tiempo en mover los escombros y en reconstruir, pero valió la pena porque la panadería quedó casi idéntica a como estaba antes del bombardeo. El único cambio que hubo, es que ahora es de un solo piso, porque ya nadie vive en la parte de arriba.

—Vas a encargarte de decorarlas —me dice de repente. Volteo a verlo, mete la charola al horno.

Frunzo el ceño.

—Estás de broma, ¿no?— me acerco al lavabo y me quito toda la masa que tengo entre los dedos—. Se me da fatal decorar y lo sabes.

—Si arruinas las galletas puedes comértelas, lo sabes.

Toma una de las galletas que sacó del horno hace rato, y le dibuja una flor con la manga pastelera.

Voltea a verme, me extiende la manga. Niego con la cabeza.

—Es fácil —intenta animarme—, ahora tú.

—Tú lo haces ver fácil porque llevas toda una vida haciéndolo, ya quiero verte cazando.

Escucho su risa.

—Sabes que soy fatal con el arco —toma la galleta, y le da un mordisco—, todos los animales salen corriendo porque mis pisadas son muy ruidosas.

Sonrío al recordar todas las veces que ha intentado disparar con el arco, y no ha salido bien.

Al principio temía ir al bosque con Peeta, porque me preocupaba que eso pudiera traerle recuerdos de los primeros juegos, y que por lo tanto, eso le provocara un ataque. Pero, jamás ha sucedido.

Peeta extiende la mano y me acerca la mitad de la galleta a la boca. Me la como de un bocado. Saca las demás del horno y las mete en una bolsa de papel, al igual que un poco de pan recién hecho.

—Vamos a casa —me dice, y me toma la mano—. Se hace tarde para la cena.

—Vamos.

Salimos, y él se despide de Eton y de Birch, quienes toman sacos de harina de la camioneta para meterlos a la cocina.

Ellos, son los únicos trabajadores que han estado con Peeta desde que se inauguró la panadería. Y, por lo tanto, son de su absoluta confianza.

Caminamos por la ciudad, sus dedos se entrelazan con los míos. Es algo que solíamos hacer mucho años atrás, para complacer a los demás, para seguir el papel que nos impuso el Capitolio. Pero ahora, es algo tan natural como respirar.

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