Capítulo 1

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Abro los ojos con pereza, pero vuelvo a cerrarlos casi al instante.

Los intensos rayos de sol que se cuelan por la ventana abierta me dan directo a la cara, consiguiendo lastimarme la vista.

Retrocedo un poco en la cama, y me acurruco más con las mantas, procurando quedarme quieta para conservar la calidez que aún me queda en el cuerpo. Pero, no es suficiente. La habitación aún me resulta helada.

Me hago otro poco hacia atrás, y descubro con satisfacción que se intensifica el agradable calor que proviene detrás de mí.

Parece leerme el pensamiento, o quizá sólo lo hace de manera automática, pero su brazo se desliza por mi cintura y se acerca más a mí.

Me reconforta su cercanía, y noto las cosquillas que produce su suave respiración cuando choca contra mi hombro desnudo.

—No has tenido pesadillas —escucho que susurra.

Giro sobre la cama, me encuentro con su mirada atenta y tranquila.

Es como si no consiguiera apartar la vista, como si me quedara hipnotizada, sumergiéndome en la calma de esos irises azules que ya no parecen atormentados, donde ya no hay sufrimiento. Esos ojos que han vuelto a ser los mismos que vi tantas veces antes de que el Capitolio lo torturara.

La manera en que me mira consigue remover algo dentro de mí. Consigue que olvide por un momento todo lo que tuvimos que pasar para estar aquí.

Por un momento olvido quienes fuimos, lo que hicimos, lo que perdimos, en lo que nos convertimos. Sólo somos nosotros dos. Sólo Katniss y Peeta. Quienes sólo buscan protegerse el uno al otro. Porque eso es lo que hacemos.

—No he tenido pesadillas —confirmo—. ¿Y tú?

—Tampoco.

Su mano sube y me aparta el cabello con cuidado, me lo acomoda detrás de la oreja con cuidado. Sigue mirándome, y me viene a la mente lo mucho que nos costó llegar hasta acá.

Pienso en todo el tiempo que tuvo que pasar para poder recuperar al chico del pan.

Porque Peeta y yo nos fuimos acercando muy despacio. Poco a poco.

Al principio las únicas que venían a verme eran Sae y su nieta. Y a pesar de que sólo eran ellas dos, percibía que era como estar en una multitud debido a todos los meses de solitaria reclusión en los que estuve.

Sae venía para prepararme de comer y a lavar los platos. Nunca supe si solamente estaba siendo buena vecina o si el Gobierno le pagó para que lo hiciera, pero ella siempre aparecía dos veces al día.

Después, comenzó a venir Peeta. Y cada mañana traía cargando consigo una barra de pan caliente.

Nuestro acercamiento empezó con un corto buenos días de su parte cuando llegaba con Sae. En un inicio, nuestra interacción se limitaba a saludarnos de esa manera tan breve. Pero, tiempo después, él comenzó a ofrecerse para ayudarme a lavar los platos que salían del desayuno, y entablaba conmigo una sencilla y rápida plática sobre el clima.

Poco a poco, parecía que volvíamos a tener algo parecido a nuestra convivencia de antes.

Cuando volvimos a ser algo así como amigos, lo dejaba meterse en la cama conmigo todas las noches. Y se quedaba a dormir en mi casa para cuidarnos mutuamente de las pesadillas. Después, comenzamos a pasar mucho más tiempo juntos, hasta que terminamos viviendo en la misma casa.

Es cierto que nuestra relación nunca fue normal porque quedó marcada por los juegos y todo lo que sucedió después. Pero ahora sí es auténtica, fluye de manera natural, sin presiones de por medio.

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