Capítulo 17

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Sus ojos azules se clavan en mí de inmediato, y me observa con la cautela de alguien que todavía no ha descartado que se encuentre delante de un muto.

Me acerco hasta quedarme a un metro de él. No tengo nada que hacer con las manos, así que cruzo los brazos en ademán protector.

—Creo que es mejor que te marches —me dice, manteniéndose completamente sereno.

—No voy a hacerlo —digo segura, a pesar de que estoy temblando por el frío—. No vine en medio de una tormenta por nada.

—No debiste haberlo hecho.

Nos quedamos mirando, y me armo de valor para poder decirle lo que necesito que sepa.

—No quiero que te vayas —empiezo—. Sé que he tardado mucho en...

—No hagas esto Katniss, por favor —me pide—. Es justo por esto que le pedí a Haymitch que no te dijera nada.

—Pero...

—No —responde con firmeza, y me mira con seriedad—. Mi decisión de ir al Capitolio es clara, y no porque hayas venido va a cambiar algo. Entiende que necesito ir, no me encuentro bien.

Intento deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta para poder seguir hablando.

—Ni siquiera sabes lo que tengo que decirte —digo de manera apenas audible.

—Pero me lo imagino —suspira—. Quiero que entiendas que si regreso contigo, inevitablemente vamos a volver a lo mismo, y jamás mejoraré —me mira con atención—. He estado planeando este viaje por semanas, y no puedo mandar todo a la basura por ti. Ya no puedo hacer eso.

No sé qué es lo que me lastima más. Si la frialdad con la que me está hablando o lo que acaba de decir.

Siento como si estuviera perdiéndolo con cada segundo que transcurre. Y no sé qué hacer.

Intento con todas mis fuerzas contener las lágrimas de impotencia que se me acumulan en los ojos. Y, a pesar de mis esfuerzos, noto que algunas consiguen escapar y me bajan por las mejillas.

Bajo la mirada para evitar que él vea lo mucho que me ha afectado escucharlo, y aprieto más los brazos para intentar mantener el calor que aún me queda en el cuerpo.

Lo escucho suspirar.

—Estás empapada —dice serio—. Puedo prestarte algo, y si quieres quédate a dormir. La tormenta ha empeorado.

Asiento con la cabeza, sin mirarlo a la cara. Y lo sigo mientras él avanza delante de mí.

Subimos las escaleras, y llegamos a la que parece ser su habitación. Peeta se acerca a la cómoda, y busca algo entre su ropa.

Lo observo mientras me da la espalda, y al desviar la mirada es cuando veo de las dos maletas que están junto al armario.

Parece que tiene todo listo para marcharse en cuanto los primeros rayos de sol aparezcan.

—Duerme en mi habitación —me dice—, yo dormiré abajo.

Vuelvo a mirarlo, se acerca y deja en la cama lo que parece ser una playera y un pantalón para dormir, al igual que una toalla blanca.

No me da siquiera la oportunidad de responderle, tan solo sale de la habitación, asegurándose de cerrar la puerta.

Noto que la sensación de vacío y soledad se intensifica. Porque sé que, aunque me encuentro aquí, él está decidido a mantener cerrada esa puerta entre nosotros.

Se percibe la calidez en cada rincón del cuarto, la calidez de Peeta. Aún así, noto que cada tramo de mi piel se encuentra helado, y cada músculo de mi cuerpo se entumece.

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