Capítulo 5

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 ÁMBAR

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 ÁMBAR

Raro, todo esto es raro. Para comenzar, jamás había visto un arma desde tan cerca, y me dio un poquito de nerviosismo la naturalidad con la que Renzo se lo tomó. Sé que está metido en asuntos extraños, extraños como él y su intensa mirada que siento como si me atravesara por completo.

—Llamaré a alguien para que nos abran la puerta, inventaremos una excusa —me apresuro, desviando la linterna de mi teléfono para evadir su mirada.

—No —me pide deteniéndome al sujetar mi mano.

Dios, creo que prefiero que no hable, su voz me anula, y eso que sus diálogos suelen ser cortos.

—¿Por qué?

Siempre se demora en responder, como si de verdad emitir cualquier palabra le significara un proceso mental muy grande.

—Tengo algo que hacer.

—¿Qué?

No responde, pero es como si su mirada hablara, sus gestos son claros aunque poco perceptibles, un leve encogimiento con sus cejas y sé que me está reclamando por hacer tantas preguntas.

—¿Por qué tanto misterio? Es aburrido.

—La vida no se resume en lo que es aburrido o lo que es divertido.

—No me resumas la vida, soy libre de interpretarla... —me quejo con un poquito de arrogancia.

Su actitud de dar clases de vida constantemente me cae mal, un bañito de humildad le vendría bien.

—Cuanto menos sabes, más segura estás.

—No te pedí que me cuides tampoco...

—Cuanto ego... —murmura por lo bajo.

—¿Acaso te estas viendo al espejo? Al menos lo asumes...

Discutir de este modo eleva mucho la tensión, conozco algunas formas de terminarla y no quiero caminar hacia allí, así que por ahora voy a bajar un poco la guardia.

—Espérame aquí —ordena con autoridad, eliminando por completo mi intención de dejar de discutir.

Se va a voltear, pero lo tomo por la mano igual que él a mí hace unos segundos y lo regreso frente a mí. Quedó más cerca de lo que pretendía, así que tengo que levantar la cabeza para hablarle.

—A mí no me tratas así —exijo desafiándolo con la mirada—. Tú y yo somos iguales, no estás por encima, no me dices qué hacer.

Ladea brevemente la cabeza, observándome con gesto curioso.

—Tienes razón, lo siento.

Oh, bien... eso no es habitual, en nadie, darle la razón a los demás y disculparse deben ser las dos cosas más evitadas por la mayoría de las personas en el mundo.

Por una palabra [PR #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora