Capítulo 4

707 108 147
                                    

RENZO

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

RENZO

Cuando era un niño vi algo tan terrible que me dejó sin palabras. Solo fue un segundo, pero la escena seguía repitiéndose en mi cabeza mientras mi papá me sacudía y me preguntaba qué había pasado.

Yo no podía responder.

No pude en ese momento, ni tampoco pude después, cuando las consecuencias trágicas de eso que había visto inundaron nuestra vida por completo. Mi hermanito estaba muerto, mi mamá no podía caminar, y yo no podía decir absolutamente nada.

Mi padre tuvo que hacerse cargo de todo, a pesar de lidiar con la pérdida de un hijo no tuvo tiempo de detenerse a llorar, así que unos meses después me llevó con un psicólogo.

Me diagnosticaron con mutismo selectivo, es un trastorno de ansiedad que hace que los niños no puedan hablar en ámbitos en los que se sienten presionados, conmigo era un caso extremo, las palabras simplemente no salían, ni siquiera en ambientes cálidos como mi familia.

Yo no entendía lo que decían, porque para mí no era selectivo, yo no estaba eligiendo nada.

Le dijeron a mi padre que no había tratamientos clínicos, que al ser un problema emocional la única alternativa era la terapia. El problema era que como yo no podía hablar las sesiones eran muy complicadas, así que mi padre se decidió por contratar a alguien para que me enseñara a hablar en lengua de señas.

La psicóloga lo consideró un retroceso, dijo que al tener una forma de comunicarme sin hablar era menos probable que volviera a hacerlo. Y tal vez tenía razón, porque hoy, muchos años después, aún me comunico por medio de señas.

Descubrí que cuando no hablas, las personas se preocupan más por escucharte, no hablar se hizo hábito, costumbre, nunca fue un problema para mí, ni me hizo sentir débil.

Muchas veces intenté que las palabras salieran y no lo conseguí, intentar hablar me ponía nervioso, y eso hacía que mi cuerpo no reaccionara a mis deseos. Por eso en cierto punto dejé de intentarlo, ya no me interesaba, no me interesaba hablar ni que me escuchen, me volví solitario, reservado, una persona que suele evitar a las otras como regla general.

He hablado pocas veces en mi vida después de ese día, y las recuerdo a todas. La primera vez fue a los dieciséis años, mi mamá me dijo te quiero, y yo le respondí "yo también"; había pasado tanto tiempo sin hablar que ni siquiera reconocí mi voz, que obviamente había cambiado por la adolescencia.

Un día, viendo a mi madre dormir, me confesé a mí mismo que tengo un asunto pendiente, y que no podré estar en paz conmigo mismo hasta que lo resuelva. Por eso estoy aquí, trabajando en esta cafetería universitaria aunque no me haga falta el dinero, fingiendo que no soy un chico que terminó la universidad con solo veinte años, pero que nunca ejerció su título porque antes de continuar con su vida tiene que asegurarse que la persona responsable de la muerte de su hermano pague por lo que hizo.

Por una palabra [PR #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora