Capítulo Uno

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Llevo dos horas sentada en la barra de este bar totalmente desconocido para mí. Aún no he podido descifrar en dónde estoy. Conduje alrededor de tres horas luego de que se me ocurriera esfumarme de casa. Mi cabeza ya empieza a danzar después de haber bebido casi toda la botella de José Cuervo.

Este bar está muy abarrotado. Parece ser un día festivo. Las personas entran y salen, caminan de aquí para allá y yo me mareo de solamente verlas.

Introduzco la mano en mi bolsa buscando mi celular para llamar a Leila, mi amiga, pero recuerdo que hace algunas horas lo vendí para poder conseguir algo de dinero para comer.

"Cinco horas antes..."

He terminado de darle los últimos retoques al paisaje que ya llevo varias semanas pintando. Con esta pintura me he exigido un poco más de lo que acostumbro y debo aceptar que me ha quedado alucinante.

–Carla, ha llegado Mario –doy un brinco por el susto que causa mi madre al abrir la puerta de mi habitación y sin más, ella entra sin consentimiento–. Necesito que te arregles y bajes, de inmediato.

–¡Cielos Mamá! No sabes lo que significa tocar la puerta –me levanto y le acompaño de regreso–. Podría haber estado desnuda y además... ¿Qué tengo que ver yo con tu amigo?

–Carla, solo has lo que te digo y punto –habla en un tono muy cortante e irritante. Ruedo los ojos y le señalo la puerta para que salga de mi habitación. Espero a que se retire; sin embargo, no lo hace.

–En un minuto bajo –menciono para que por fin se vaya... Ella sale y le cierro en la cara.

–¡No demores! –vocea desde el otro lado de la puerta.

Recojo el reguero de pinturas y me quito el delantal para salir. Bajo las escaleras y me dirijo a la sala de estar, allí ya se encuentran mi madre y su amigo, el Sr. Mario, quien al verme se pone de pie, seguido de mi madre.

–Hola, Carla. ¿Cómo has estado? –Me ofrece su mano, y yo se la acepto como saludo, y él la besa.

–Muy bien, gracias –le sonrío.

–Ven cariño, siéntate junto a mí –mi madre se vuelve a sentar en el sofá y palmea a su lado con alegría. Yo solo ejecuto lo que ella me indica. No entiendo qué hago aquí, pero no pienso dejarla en feo como ella siempre lo asegura.

El Sr. Mario vuelve a tomar asiento frente a nosotras y me mira sonriente.

–¡Felicidades por la graduación! Tu madre me lo ha comentado –le devuelvo la sonrisa en señal de gratitud.

–Se lo agradezco.

–Te he traído un obsequio –toma una pequeña bolsa de regalo junto al sofá en donde se encuentra sentado y me la ofrece.

–Oh, Sr. Mario, no, no es necesario –niego.

No estoy dispuesta a aceptar regalos de personas con las que solo cruzo ciertas palabras y a duras penas saludo.

–Vamos cariño, tómalo, no es para tanto –Mi madre insiste y tomo la pequeña bolsa y le agradezco al Sr. Mario.

Él se remueve, como si estuviera incómodo en su asiento. Acaricia su nuca y mueve su cuello de un lado a otro. Puedo notar que está muy intranquilo.

Mi madre se disculpa para ir a la cocina en busca de unas bebidas. Ahora soy yo la que se siente muy incómoda en la habitación con la mirada del señor recargada sobre mí.

Cuando mi madre llega siento un gran alivio. Nos ofrece las bebidas y ambos tomamos un vaso. Ella coloca la bandeja sobre la mesita que se encuentra justo en medio de nosotros. Vuelve a sentarse a mi lado, toma su bebida y le da un sorbo.

–Bien, por qué no vamos al grano de una vez por todas –él saca de su bolsillo una pequeña cajita de cuero de color vino y la coloca frente a mí sobre la mesita–. Carla, yo ya he hablado de esto con Miriam y le dejé en claro que lo más conveniente es que tú también estés totalmente de acuerdo con esto –Señala la pequeña cajita.

–Oh, Sr. Mario, créame que no soy quién para decidir en la vida de mi madre. Ella es una mujer totalmente independiente y apta para tomar decisiones por su propia cuenta.

–¿A qué te refieres? –pregunta mi madre con sosiego y me empiezo a sentir un poco inquieta.

Coloco el vaso sobre la bandeja y me acomodo en el sofá encarándola para darle a entender lo que estoy diciendo.

–Mamá... Yo no elijo con quién debes o no casarte. Si ustedes quieren hacerlo están en todo su derecho –los miro a ambos.

–Carla, tan siquiera ¿Estás consiente de lo que dices? –Frunce el ceño y al intuir a lo que realmente se refieren empiezo a negar–. No hablamos de mí, hablamos de...

–¡NO! –la corto–. ¡Estás loca!

–Carla...  –No la dejo seguir y me levanto.

–¡HE DICHO QUE NO, MAMÁ! –rujo con coraje y salgo de la habitación; por defecto, mi madre me sigue los pasos. Siento todo mi cuerpo arder de la impotencia que cargo.

–¡Espera Carla! –Me toma del brazo con tanta fuerza que siento que podría romperlo y me obliga a girar– ¡Me lo debes! –Me apunta con su dedo índice–. Me he encargado de ti toda la vida, es tu deber. Es tu deuda, y ahora te toca a ti pagarme por todos esos años de servicios.

Totalmente indignada y sin ganas de responderle, me suelto de su agarre. Tomo mi chaqueta, mi bolso y las llaves de mi auto. Cuando estoy a punto de salir por la puerta ella me vuelve a tomar del brazo, pero esta vez no la miro.

–Carla, si te vas, tenlo por hecho que congelaré tu cuenta bancaria.

Volteo solo para que vea que no estoy dispuesta a aceptar su chantaje.

–Mamá, ¡Me quieres vender! ¿Qué clase de madre trata a sus hijos como si fueran algún tipo de moneda intercambiable? Te amo mucho, pero yo no soy la culpable de que papá se fuera de casa y nos dejara –me suelto y salgo cerrando la puerta detrás de mí.

Subo corriendo al auto, mientras la escucho gritar mi nombre, justo detrás de mí y muy cerca. Llega hasta el auto y empieza a pegarle a la ventanilla, con furia enciendo el auto, ignorándola, y empiezo a conducir.

Conduzco lo más lejos posible. Tratando de alejar los pensamientos de lo que acaba de suceder e intentando dejar mi mente en blanco. Mi madre empieza a llamarme y apago el celular. Cuando ya siento que no conozco ni siquiera un árbol alrededor, me detengo en una pequeña plaza. Me bajo del auto y veo un cajero. Miro la hora en el reloj de mi muñeca, a esta hora ya mi cuenta bancaria debería de estar bloqueada. Hago el intento de retirar dinero y falla, como era de esperar.

Camino por la acera, mientras empiezo a sentir un poco de hambre. Maldigo por no contar con dinero en efectivo y sigo caminando hasta que veo una pequeña tienda electrónica. Busco mi celular en mi bolso. Esta es la única forma de obtener un poco de dinero.

–Hola –entro y me saluda una chica morena–.  ¿Puedo ayudarte en algo?

–Buenas –sonrío con timidez–. Eh... sí, Bueno, quiera saber cuánto me darías por esto –coloco mi celular sobre la vitrina.

–Déjame verlo –ella lo toma y le da una ojeada unos segundos–. Este modelo es de la gama pasada y tiene algunos rayones, ¿traes el cargador y los audífonos? –niego, ella me mira pensativa y arruga el labio–. Lo más que te puedo ofrecer por el son unos setenta dólares.

¡Cielos! «Eso es muy poco dinero» pienso unos minutos y mi barriga ruge; acepto la oferta y ella retira el chip del celular y me lo entrega para formatearlo. Luego me entrega el dinero y le agradezco.

Por fin salgo de la tienda para ir por algo de comer y algún lugar en donde pasar la noche.

Camino un poco más y empiezo a sentirme muy hambrienta; sin embargo, no veo ningún restaurante cerca. Lo más cercano a uno es un bar. Llena de esperanza, decido entrar. Está un poco vacío y agradezco. Tomo asiento en una de las mesas y con rapidez una chica se acerca entregándome el menú.

–¿Algo en especial?

Dulce CurvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora