Capítulo Tres

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Me despierto alarmada y con una migraña del carajo. Esta definitivamente no es mi habitación, esta no es mi ropa, tengo puesto un enorme suéter de color amarillo.

Me levanto de la cama y salgo de la extraña habitación... Recuerdo haber pasado por este pasillo a oscuras, recuero donde estaba el baño. Entro y me lavo la cara, veo un tarro de enjuague bucal y utilizo un poco para enjuagar mis dientes con rapidez.

Salgo del baño y sigo por el pasillo. El piso es bastante amplio. No hay paredes que dividan la sala de estar de la cocina; sin embargo, hay una que divide la cocina de la puerta de entrada. Todo está decorado de una forma minimalista y hay muchas fotografías en las paredes. Me detengo en seco cuando veo a un pelirrojo sentado en la mesa tomando café y con un periódico en manos, me está mirando tranquilamente, lleva una camisa blanca arremangada hasta los codos, en sus brazos puedo apreciar algunos tatuajes.

Deja la taza de café sobre la mesa y cierra el periódico que estaba leyendo.

–Buen día, forastera –me invita a sentar. Y justo cuando me siento en frente, él se levanta–. ¿Quieres café? –Lo miro dudosa y asiento.

Mientras camina a la cocina, yo lo contemplo por completo, lleva un pantalón jean y unas botas negras.

Recuerdo el momento en el que vomite sobre él y cierro los ojos con fuerza, arrepintiéndome de lo sucedido.

–Siento mucho lo de tu suéter... –rascó mi cabeza apenada y él simplemente no responde. Regresa y coloca frente a mí, una taza con café

–Aquí tienes.

Vuelve a su asiento y continúa leyendo el periódico. Estoy a punto de beber un poco del café cuando se abre la puerta y aparece la bartender rubia de anoche.

–¡Buenos días! –Se acerca y nos besa alegremente en las mejillas a ambos–. He traído el desayuno –coloca una bolsa de papel manila sobre la mesa. La miro y ella me sonríe–. ¿Cómo durmió mi inquilina?

–Ha sido agradable, pero para ser sincera. No recuerdo mucho de anoche –me levanto con la taza de café en la mano–. Iré por mi ropa. Provecho –ella me vuelve a sentar.

–¿No te han enseñado que es de mala educación dejar la mesa sin haber acabado de comer? –Va a la cocina y regresa con tres platos y una taza de café para ella–. Tranquila. No tienes que pagarme por esto –señala la bolsa.

Veo que el pelirrojo sonríe y me siento muy apenada, él cierra el periódico y lo coloca sobre la silla libre.

–A ver qué has traído –le da un mordisco a una de las empanadas de harina que saca de la bolsa–. MUmm... ¡Delicioso! ¡Oh Gia! Sabes lo que me gusta –ahora recuerdo el nombre de la chica. Él coloca la empanada que acaba de morder en su plato junto a otra. Luego toma un plato más y sirve dos más para entregármelo. Yo le agradezco y lo mismo hace para Gia.

La puerta se vuelve a abrir cuando estoy a punto de morder una de mis empanadas y estaá vez, aparece un chico de tez morena. Es alto al igual que Erskin, esbelto y con cabello rizado hasta los hombros.

–¡Qué onda, bro! –Se acerca al pelirrojo y se saludan animadamente con el puño.

–¡He, he! Pero mira quién se ha dignado a venir a mi casa.

Ahora el moreno me observa y me señala.

–Tú debes ser Carla, cierto –asiento y me ofrece la mano–. ¡Mucho gusto! –Me da un apretón–. Me llamo Esteban, ¡Qué guapa eres!

–Gracias. El gusto es mío, Esteban –por fin le doy un sorbo a mi café.

–Mira, si este tipo te llega a molestar –señala al pelirrojo con gracia–. Tú solo avísame o llámame –me ahogo y empiezo a toser, Gia me auxilia.

–¡Oh, santo cielo! –Me da golpecitos en la espalda–. Ves lo que causas, Erskin, qué esperas ¡Tráele agua! –exclama asustada, mientas yo sigo tosiendo.

Él se levanta y apurado, busca un vaso de agua, del grifo. Cuando ya he mejorado, Esteban, que ha permanecido de pie desde que llego se sienta a mi lado.

–Disculpa, mi intención no ha sido asesinarte.

–Es mejor que te quedes callado –Habla el pelirrojo–. Tu sentido del humor podría ser catastrófico.

–Tranquilo, no ha sido tu culpa –sonrío–. Simplemente, me ahogué bebiendo café.

Recojo mis trastes y los llevo a la cocina para fregarlos y cuando termino vuelvo junto a ellos.

–Bueno, mejor iré por mi ropa, necesito buscar un lugar en donde quedarme y sobre todo un trabajo.

–Por cierto –habla Gia levantando la mano mirándome para luego voltear a ver al pelirrojo–. Erskin, voy a mudarme con Esteban... De hecho, solo hemos pasado a recoger algunas cosas.

–Ya me imaginaba yo, que este tipo no había venido por el gusto –le golpea el hombro de Esteban con el puño y este hace una mueca de dolor–. ¿Qué clase de amigo eres? Y te haces llamar mejor amigo.

–Oh, vamos. No seas llorón. El estudio ha estado abarrotado este mes –responde sobándose el hombro–. Gracias a ti, me quedará un hematoma ¡Eres un animal!

–Carla, si quieres puedes alquilarme el cuarto –Gia me toma de la mano y llama mi atención–. Puedes conservar algunas cosas. No me llevaré mucho.

–¿Hablas en serio? –ella asiente y me quedó más tranquila, al menos tengo en donde dormir.

–Todo aquí está a tu disposición, forastera –Erskin menciona.

–¡Wao Guau! Eeh... –Esteban tose molestándolo y Erskin vuelve a golpearlo.

–Me refiero a la cocina y lavandería –Gia simplemente los mira y sonríe, luego vuelve a verme.

–¿Qué dices?

–¡Por supuesto! –Sonrío totalmente agradecida.

–Ya después hablamos lo del pago –me guiña el ojo.

–Bueno, iré por mi ropa –señalo hacia atrás.

–Es la puerta junto al baño –grita Erskin desde el comedor.

Luego de pasar horas buscando trabajo en vano, me encuentro frente a la puerta del bar, tratando de decidir si entro o no. Decido entrar; solo esta Gia en la barra. Así que camino hacia ella y tomo asiento en un taburete.

–¿Qué tal te ha ido? –Se acerca a mí limpiando la superficie con un trapo.

Resoplo.

–Ha sido en vano. No he conseguido nada –sostengo mi cabeza con mi puño–. ¿Me podrías regalar un vaso de agua, por favor?

–¡Claro! –Sirve en un vaso de cristal y me lo entrega–. Hoy juegan los Celtic –me muestra su suéter blanco con rayas verdes–. Nno demora en empezar a llenarse el bar y vamos a necesitar apoyo...

–¡Entonces no se diga más! –Me bajo del taburete con emoción–. ¿Qué tengo que hacer?

Ella se va un momento y regresa con un suéter similar al que está usando.

–Perfecto, póntelo –lo tomo, me lo coloco sobre lo que ya tengo puesto y luego me entrega un pequeño delantal blanco.

–¿Ahora la forastera trabaja para mí?

Aparece Erskin con una bolsa de hielo, la coloca en un cubo y empieza a picar. Él también lleva el mismo suéter.

–Tú solo ignóralo –Gia rueda los ojos–. Toda la propina que ganes será para ti –me explica lo que debo que hacer y me pongo en marcha.

Dulce CurvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora